El triángulo
De mal en peor
Ojalá Luis Rubiales hubiera pedido perdón y no hubiera escenificado ese "aquí mando yo"
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FOTO RUBIALES 01 / RFEF
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Ángela Labordeta
Escritora
No hay forma de saber si las cosas pueden ir a peor, pero existe esa posibilidad y se acentúa cuando las decisiones que unos y otros toman nacen de la visceralidad, del resentimiento y de la mala educación, tres ingredientes que hacen que las cosas sean cada vez más y más feas.
El caso de Rubiales tiene todos los ingredientes y quizá el resentimiento es el que ha hecho que las cosas sean cada día un poco más inquietantes y también ha convertido a la jugadora de la selección femenina de fútbol de España, Jennifer Hermoso, en la auténtica culpable porque desde el resentimiento habla la familia de Rubiales, exigiendo que ella diga la verdad, como si hubiera una verdad ajena a las imágenes que todos hemos visto y a las palabras que hemos escuchado en boca de ese señor que, como si fuera dios y rey, subía sueldos hasta el medio millón de euros, politizaba su mal comportamiento y peor educación, señalando que todo era culpa de las ministras Montero y Belarra y de la vicepresidenta Yolanda Díaz, sumando así disparate a disparate.
Cada día me gusta más la vicepresidenta Díaz y me gusta porque no tiene miedo y asume que el mundo donde se mueve es masculino, porque la sociedad está perfectamente masculinizada y cuando un tipo incomoda a una mujer al final la culpa es de ella, así una y otra vez, y la madre de él termina internándose en una iglesia con huelga de hambre incluida como protesta por lo que la sociedad le está haciendo a su hijo, sin advertir que el daño se lo está propiciando él mismo al no entender nada y haber vivido en una burbuja donde los genitales son los reyes de la selva y el fútbol un concepto donde solo caben los hombres, como bien hemos podido comprobar.
Poco ha importado que las mujeres de la selección española de fútbol sean las mejores del mundo, porque al final la misma Federación y el que fuera su presidente las han tratado como adversarias, justo en el instante en el que ellas tocaban el cielo de la gloria con su trabajo y esfuerzo, con sus horas de entrenamiento, sus soledades y su saberse inferiores en el trato y en el respeto.
Ojalá Luis Rubiales hubiera pedido perdón y no hubiera escenificado ese, "aquí mando yo. Y como mando yo, hago y digo lo que me da la gana y si gusta bien y si no también". Resulta desconcertante ver cómo al final la que se va es ella, mientras él sofistica su defensa a través del ataque y el auxilio de una madre en un perfecto guion del querido maestro Berlanga. Todo increíble.
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