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Arbolado bajo amenaza

El cambio climático obligará revisar a fondo el modelo de verde de la ciudad, por seguridad y sostenibilidad

La sequía amenaza con más caídas de árboles en Barcelona: "Puede volver a repetirse"

Barcelona empieza a regar ahora todas las palmeras como la que mató a Shamira

Estado del altar sobre la base de la palmera que segó la vida de Shamira en la plaza Emili Vendrell del Raval, dos semanas después de su muerte

Estado del altar sobre la base de la palmera que segó la vida de Shamira en la plaza Emili Vendrell del Raval, dos semanas después de su muerte / Jordi Cotrina

Tras el duelo por la muerte de Shamira, una joven de 20 años, por la caída de una palmera en una calle del Raval el pasado 3 de agosto, ha llegado el momento de sacar conclusiones. Se ha pasado a revisar si hubo alguna negligencia previa, chequear el estado de las palmeras de la ciudad y modificar los criterios de riego que se habían establecido durante la situación de excepcionalidad por sequía. Pero no bastará con esto: el efecto del cambio en el clima de la ciudad ha de llevar a un análisis más a fondo de cómo gestionar el arbolado urbano, en un contexto al que muchas especies pueden no adaptarse al mismo tiempo que su presencia es clave para contribuir a hacer la ciudad vivible.

La revisión retrospectiva de lo sucedido puede llevar fácilmente a la crítica sobre lo que no se hizo a tiempo. Pero a veces hasta que la evidencia del peligro no es incontestable es difícil asumir algunas actuaciones. E incluso después. Cada tala de árbol, cada decisión de no plantar especies de porte en lugares donde (por la presencia de instalaciones subterráneas, por ejemplo) el suelo no puede soportarlas, cada supresión de un nido de cotorras o cada cierre de un espacio ajardinado para prever la caída de ramas o árboles puede haber sido criticada. Y en muchos lo han sido. Ni siquiera en Madrid, que cierra sus parques con ejemplares maduros cuando coinciden situaciones de viento, calor y sequedad después de que murieran dos personas por caída de ramas en los últimos años, esta decisión ha dejado de ser controvertida. ¿Exceso de cautela que priva a los vecinos de un refugio climático necesario o precaución racional?

En el caso de Barcelona, la decisión de cortar las palmeras datileras con signos de fragilidad, regarlas pese a las restricciones y retirar los elementos que suponen una sobrecarga es un reconocimiento de que hasta ahora se habían infravalorado los peligros que podía suponer el estado de esta especie.

Pero más allá de esta actuación de emergencia, los expertos señalan que la adaptación a un futuro de calor creciente y sequías cada vez más frecuentes debe llevar a una revisión del modelo de verde urbano. Una revisión que ya hace años que empezó, con la promoción, por ejemplo, de plantas mediterráneas frente a las cada vez menos sostenibles extensiones de césped. Pero que debe ir más allá, y estar integrada en una nueva cultura de diseño del espacio urbano y de la gestión del agua. La sombra debe ser considerada una necesidad básica, y siempre que sea posible natural, sin descartar el uso de elementos artificiales. Los árboles, sometidos a un estrés hídrico que cuestiona tanto su seguridad como su supervivencia, han de ser considerados como una de las excepciones a la hora de planificar restricciones. Y para hacerlo posible se han de seguir proyectando los sistemas de regeneración, reutilización y captación de aguas de lluvia, residuales o freáticas. Finalmente, la renovación del repertorio del arbolado urbano ha de seguir reduciendo el número de las especies menos adaptadas a nuestro nuevo clima. Y quizá sea necesario no esperar a sustituir progresivamente los ejemplares que van llegando al final de su ciclo natural, sino actuar más proactivamente. El binomio en el que se despliega la lucha contra la crisis climática (atenuación y adaptación) no dejará de afectar a un solo aspecto de nuestra vida cotidiana.