Opinión | En los próximos 45 años
Profesora de los Estudis de Ciències de la Informació i de la Comunicació de la UOC
Elena Neira
Profesora de los Estudis de Ciències de la Informació i de la Comunicació de la UOC
El cine sobrevivirá si lo acuerdan empresas y espectadores
Multimedia | De 1978 a 2023: el triunfo de James Cameron y un sinfín de cambios
Las diferencias entre lo que quieren las empresas que gestionan el sector y el espectador están complicando el devenir del cine. De su entendimiento depende, en gran medida, su supervivencia
El devenir reciente de la industria cinematográfica ha estado cuajado de giros inesperados. La mínima alteración o la más profunda de las disrupciones no paran de trazar nuevos escenarios ante los que es difícil reaccionar a tiempo. Hoy el cine en pantalla grande y el que se ve desde casa están en un momento delicado de su relación. Las diferencias entre lo que quieren las empresas que gestionan el sector y el espectador están complicando el futuro del cine. De su entendimiento depende, en gran medida, su supervivencia.
Las películas son productos carísimos que necesitan tres cosas para ganar dinero (y recuperar lo invertido): el favor de la audiencia, diferentes etapas de explotación que extiendan su vida comercial y unos intermediarios (cines, televisiones o plataformas) que gestionen el producto durante un tiempo. Así funcionaron las cosas mientras la industria tuvo la sartén por el mango a la hora de decidir qué, cómo, cuándo y por cuánto veíamos las películas. Todo cambió con Internet. Ese nuevo y prometedor sistema de transmisión de contenidos torpedeó el chiringuito económico, engullido por el furor del todo gratis que ofrecían los torrents de Internet. La sangría que provocó la piratería hizo que la industria no viese sentido a buscar una alternativa legal capaz de recuperar a ese nuevo espectador digital, al que daban por perdido ante la gratuidad, la inmediatez y la comodidad de ver contenido on line.
Con Netflix las cosas volvieron a cambiar. La compañía dio la vuelta a la tortilla ante la mirada atónita de un Hollywood que seguía en un profundo estado de escepticismo digital. Las plataformas sentaron las bases de un negocio en 'streaming' legal por el que la gente parecía estar dispuesta a pagar, sencillamente porque era más cómodo que piratear. Y, por el camino, transformaron los hábitos de consumo, aumentando el ansia por tenerlo todo al instante, sin esperas ni precios desorbitados.
Los últimos cinco años la brecha entre el modelo tradicional de explotación (el que gira en torno a la sala de cine, que tiene una ventana de explotación exclusiva y exige el pago por título individual) y el modelo de las plataformas (el basado en una tarifa plana con acceso a todo el catálogo) no ha hecho más que aumentar. Todo este caldo de cultivo, maridado con una pandemia, ha hecho realidad el peor de los temores: se acostumbró al espectador a la inmediatez y a la barra libre de la suscripción a costa de erosionar otros circuitos de consumo. Ahí es donde estamos ahora, ante una industria que se aferra desesperadamente a las salas de cine como motor económico de la explotación cinematográfica y un espectador al que, salvo casos puntuales, no le supone un problema esperar hasta que la película llegue a la plataforma que tiene contratada.
Hollywood, de momento, se aferra al modelo de los estrenos-evento, a esos mastodontes como 'Barbie' que han llevado a la gente en masa a las salas. Lo que se omite en el discurso es que esta política solo supone una verdadera rentabilidad para los más grandes y aniquila las posibilidades de los más pequeños de llegar a las carteleras. Sí, el cine ha recuperado las cifras de recaudación prepandemia, pero a costa de desempolvar dos de los elementos más problemáticos del modelo anterior: depender de los taquillazos y retrasar la llegada a plataformas. La gran pregunta es si a estas alturas el espectador está dispuesto a abandonar la autopista del 'streaming' para entrar sin más en un camino plagado de obstáculos y esperas.
La supervivencia del cine depende de que productores, distribuidores, exhibidores y espectadores comprendan que todos hacen falta en el engranaje cinematográfico y que sin su compromiso todo está perdido. Sí, la mejor manera de ver una película es en pantalla grande, pero seguro que en esa premisa cabe algo de flexibilidad que permita al espectador decidir si prefiere la butaca del cine o la plataforma desde el sofá de casa. Para que el entendimiento sea una realidad hará falta alguna que otra concesión.
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