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Catedrático de Derecho Procesal de la Universitat de Barcelona.
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Jordi Nieva-Fenoll
Catedrático de Derecho Procesal de la Universitat de Barcelona.
Mesas electorales del siglo XIX
El sistema de votación en España se traduce en un remedo nostálgico de las elecciones en la antigua Grecia de hace 2.500 años
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Votación en un colegio electoral
Podría empezar este artículo expresando mi satisfacción por haber servido a la democracia en la pasada jornada electoral, pero mentiría gravemente si lo hiciera. Promuevo constantemente la democracia y por ello debo denunciar lo que no es sino una organización burocrática kafkiana que explota a los ciudadanos. El sistema se traduce en un remedo nostálgico de las elecciones en la antigua Grecia de hace unos 2.500 años. Mucho ha cambiado desde entonces, pero no parece que la modernidad haya llegado a nuestros políticos a la hora de legislar.
La primera broma del sistema es que a día de hoy debamos votar con urnas y papeletas, exhibiendo una identificación cuya comprobación estricta es, por cierto, imposible. ¿Acaso reconocen ustedes sin dificultad a las personas por la foto de su DNI? Pero, más allá de eso, en la época de los códigos de barras, los QRs y la identificación de la huella dactilar -ese debería ser el sistema, ya que en España se dispone de esa base de datos-, ¿de verdad que tenemos que andar votando como hace dos milenios? Un código de barras en la papeleta electoral escaneado en una cabina y con emisión de recibo, garantizaría el secreto del voto -que ahora es precario-, suprimiría las urnas y haría inmediato y completamente fiable el recuento acabada la jornada electoral. Ante la facilidad de emisión del voto, habría que incomodar a menos ciudadanos para las mesas.
Puede que no se fíen del sistema anterior, porque faltarían las papeletas... Pues bien, voy a darles una sorpresa. Acabado el recuento, si no hay impugnaciones, las papeletas se destruyen de inmediato. Solo se conservan los votos nulos para la administración electoral, que además obliga a la elaboración de nada menos que TRES actas, en un ejercicio de burocracia propio del siglo XIX. ¿Por qué no una sola acta que recoja la constitución de la mesa, los detalles de la sesión y el escrutinio, y que se rellene, por favor, con un ordenador y no a mano? ¿Por qué hay que elaborar tres sobres, dispuestos con una lógica rocambolesca, para depositar esas tres actas, las listas y los votos nulos? ¿Tan difícil sería una web a disposición de los miembros de la mesa en la que, debidamente guiados por la aplicación, redacten sin dificultad, insisto, una sola acta, de la que se puedan extraer copias con facilidad para apoderados e interventores?
En resumen, no se entiende por qué la tecnología del siglo XXI ha llegado a los más variados trámites, y en cambio nuestros políticos han dejado en este patético estado de abandono la organización de nuestros comicios. Ni una comunicación electrónica, ni una, debiendo desplazarse dos veces un desdichado funcionario de Correos para recoger las actas, por la mañana y a altas horas de la noche, cuando acaba el recuento. Puede que el sistema de correo de los incas, vigente en el siglo XV, fuera más moderno para su época.
Pero lo que ya es directamente incompatible con las libertades de una democracia son las condiciones laborales de los miembros de las mesas. Bajo advertencia desproporcionada de incurrir en delito, se les cita a las 8 a.m., deben permanecer con escasas pausas en la mesa desde las 9 a.m. hasta las 8 p.m. -duración exagerada que suele ser innecesaria-, y luego permanecer en el local electoral para el recuento hasta que lo concluyan. En mi caso, gracias a un ingenioso sistema de recuento de las papeletas del Senado que debo agradecer a Jorge Urdánoz, pudimos concluir a las 11:45 p.m.. Y luego tuvimos que llevar los sobres correspondientes con las actas y demás a un punto no tan cercano -20 minutos de paseo-, sin que absolutamente nadie -tampoco los policías- nos acompañara. ¿Alguien cree razonable, en nuestros días, una jornada laboral de domingo -¡de domingo!- de casi 16 horas pagada, algún día de estos, por un total de 70 euros, y sin suministrar comida? Y al día siguiente, a trabajar, lo que no sucedería si las elecciones se celebraran los sábados, por cierto. Pero, en fin, ¿nos llenamos la boca con la reducción de la jornada laboral y aceptamos este disparate?
Va a haber nuevo Gobierno y nuevo Parlamento. Legislen y reglamenten con urgencia, y con humanidad. Salgan del siglo IV a.C., y dejen de explotar a la ciudadanía como si fueran dueños de telares ingleses del siglo XIX.
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