Opinión |
La campaña militar (101)

Ucrania resiste 500 días después

El balance no puede ser positivo para ninguno de los dos bandos, aunque solo sea porque ambos están lejos de lograr sus objetivos

Miembros de la Brigada de Infantería ucraniana reparan un tanque cerca de la línea de frente den Donetsk

Miembros de la Brigada de Infantería ucraniana reparan un tanque cerca de la línea de frente den Donetsk / NIKOLETTA STOYANOVA / EFE

Jesús A. Núñez Villaverde

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Aun en mitad de una tragedia humana de dimensiones colosales y mientras la niebla de la guerra impide medir con precisión quién está más cerca de la victoria, es posible confirmar algo que parecía imposible hace 500 días: Ucrania resiste.

En ese tiempo los ucranianos no solo han desbaratado el plan inicial ruso -la toma de la capital y la eliminación de Zelenski en cuestión de días-, sino que han demostrado una ejemplar resistencia civil y un todavía más sorprendente desempeño militar en el campo de batalla frente a la (teóricamente) segunda potencia militar del planeta, recuperando buena parte de su territorio (Rusia tan solo controla hoy en torno al 15% de Ucrania) y retomando la iniciativa en un frente de no menos de 1.100km de longitud. Es cierto que no habrían llegado a ese punto si no fuera por la notable ayuda económica y militar recibida por sus aliados occidentales. Pero también lo es que, sin la moral de combate y la determinación de hacer frente a la invasión, cabe imaginar que hoy Rusia estaría cantando victoria y amedrentando a otros de sus vecinos europeos.

Por su parte, tanto Vladímir Putin como las fuerzas armadas rusas han quemado prácticamente todo su capital. Los innumerables errores de Putin -desde el propio lanzamiento de una invasión que no necesitaba para evitar que Ucrania acabará saliéndose de su órbita, propiciando la revitalización de la OTAN y de la UE, hasta el fiasco de una rebelión militar de los mercenarios de Wagner que no supo evitar- han terminado por arruinar su figura de consumado estratega y de 'capo di tutti capi' en el enmarañado ecosistema político y empresarial ruso. En cuanto a sus fuerzas armadas, resulta palmario el penoso espectáculo que han ofrecido tanto en términos de operatividad como de organización logística, sin haber logrado en ningún momento el dominio del espacio aéreo y obligados a adoptar sin remedio una actitud defensiva.

El balance no puede ser positivo para ninguno de los dos bandos, aunque solo sea porque ambos están lejos de lograr sus objetivos -integridad territorial para Kiev y dominio de su vecino para Moscú-. Pero, a la espera de lo que pueda dar de sí la actual ofensiva ucraniana, cabe entender que Ucrania tiene mucha más prisa por terminar la tarea, consciente tanto de su inferioridad de medios humanos y materiales como del desgaste que la prolongación de la guerra puede producir entre sus aliados. Por el contrario, Rusia calcula que, una vez asumido el fracaso de su primer golpe, el paso del tiempo corre a su favor si consigue resistir en sus posiciones actuales hasta que el cansancio de sus enemigos y de quienes les apoyan le permita golpear de nuevo.

Son esas urgencias ucranianas las que explican la insistencia de Zelenski en la necesidad de contar con más armas a corto plazo, precisamente para acortar la guerra venciendo a los invasores. En ese punto cobra especial relevancia la petición de ATACMS (misiles tierra-tierra de la alta precisión con un alcance de hasta 300km, con los que podría batir objetivos en Crimea), F-16 (aviones de combate muy necesarios para garantizar el apoyo aéreo que precisan las unidades acorazadas y mecanizadas que pretenden romper las tres líneas defensivas rusas) y las bombas de racimo, que, a pesar de estar prohibidas desde 2008 por más cien países -entre los que no están Rusia y EEUU-, Washington también parece dispuesto a entregar de inmediato. ¿Serán suficientes o acabarán llevando a una desesperada Rusia a pensar en sus arsenales nucleares?

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