Nos queda la noche
Todos soñamos con tener una gran vida, después rebajamos nuestras expectativas y nos conformamos con tener una gran época, un buen año, un buen mes, y, en última instancia deseamos modestamente tener una gran noche
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Cuaderno de escritura
Si tienes tiempo, lo pierdes. Hace ya un año que un amigo tiene que entregar su nueva novela «el mes que viene» urgentemente. El mes que viene pasó a continuación a ser «la semana que viene», y más recientemente aún, «este viernes». Pero nunca acaba de enviar el manuscrito a su editora. Los viernes transcurren y se consumen como papel en el fuego, mientras desean suerte y le lanzan besitos a los viernes siguientes. A la novela siempre le falta algo. De hecho, durante muchos meses casi siempre le faltaba la mayor parte.
La razón de esta dilación permanente no estriba en que la novela lo abrume con sus dimensiones, o con su complejidad, sino en que no escribe. No es fácil escribir, vaya por delante. En su lugar él hace otras cosas, se distrae del libro, y cuando se siente mal por no haber escrito, y recibe una llamada o un mensaje de su editora, intenta sortear el incómodo sentimiento escribiendo un puñadito de palabras. Y acción seguida, se distrae de nuevo.
El problema es la percepción de que realmente nunca se agota el tiempo, y de que siempre hay margen para acabar más adelante el libro y, entonces sí, entregarlo. Mi amigo, que atesora un talento extraordinario, ha dado muestras sobradas en otras ocasiones de que necesita muy poco margen para crear algo realmente brillante. En el fondo, cree que basta una sola noche de locura para pasar de las tres mil palabras que durante muchos meses tuvo la novela, a las cuarenta y siete mil que le gusta que tengan sus libros al acabarlos, en homenaje a 'El gran Gatsby', que según él simboliza la dimensión ideal.
Todos soñamos en algún momento con tener una gran vida, después rebajamos nuestras expectativas y nos conformamos con tener una gran época, un buen año, un buen mes, y, en última instancia deseamos modestamente tener una gran noche. Mi amigo me recuerda a Évariste Galois, el insigne matemático. El 29 de mayo de 1832 tuvo un altercado con otro hombre en una taberna, a propósito de una mujer. En defensa de su honor aceptó batirse en duelo al amanecer. Su rival era militar de profesión y él un matemático que hasta ese día no había aportado gran cosa a la ciencia. Pero aquella madrugada iba a ser larga. Évariste se fue a la pensión Sieur Faultrier, en París, a la espera del alba, y entretanto escribió una solución concisa a un problema complejo, de enorme influencia en las matemáticas de la segunda mitad del siglo XIX y en las de todo el XX: «Dada una ecuación de grado primo, decidir si es o no resoluble por radicales». No le importó saber que iba a morir: escribió. Escribió la obra en una noche, una obra de gran peso, fundadora de la matemática moderna. Al amanecer, abandonó su pensión y se enfrentó en duelo a pistola con Pescheux d’Herbinville, según testimonio de Alejandro Dumas. Galois recibió un balazo en el abdomen y sus contrincantes y padrinos huyeron. Un transeúnte lo encontró y lo llevó al Hôpital Cochin, donde murió al día siguiente.
Siempre hay tiempo, en especial cuando solo queda una noche.
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