Los efectos del motín

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Putin, obligado a la prudencia

El presidente ruso no puede purgar a quienes compartían las críticas de Prigozhin, ni tampoco darles la razón

Vladimir Putin

Vladimir Putin / VLADIMIR SMIRNOV / SPUTNIK / KRE

Las consecuencias del motín de Yevgueni Prigozhin el pasado 24 de junio se dejan sentir progresivamente, especialmente en el seno de las fuerzas armadas. El presidente Vladímir Putin se prodiga en gestos y apariciones públicas para contrarrestar la erosión de su figura por el desenlace de la asonada. Su empeño por ofrecer una imagen de unidad no ha podido atajar las dudas sobre hasta qué punto la marcha en dirección a Moscú contó con la complicidad o la simpatía de figuras relevantes del generalato, del Ministerio de Defensa o del de Interior. A estas incógnitas debe añadirse la situación en Ucrania, donde el panorama en los frentes, con pequeños avances en la contraofensiva desencadena por Kiev, consagra el estancamiento del conflicto.

La disposición del Kremlin a incorporar en el Ejército regular a los mercenarios de Wagner que lucharon en Ucrania es una oferta con contradicciones cuyo alcance y efectos están por concretarse. Puede entenderse como una victoria frente al pulso de Prigozhin, poniendo bajo vigilancia directa del Estado una fuerza fuera de control que desafió la autoridad de Putin. También, no obstante, puede considerarse una muestra de debilidad del presidente que deja impunes a quienes apoyaron la aventura de la pasada semana. Mientras, en el Ejército siguen en sus puestos los mandos que comparten el otro argumento para la rebeldía de Wagner, el descontento con la marcha de las operaciones en Ucrania, con una fallida ofensiva de invierno que ha dado tiempo a Occidente para armar al Gobierno de Volodímir Zelenski.

El encaje de todas las piezas una semana después del motín no aclara si ya ha empezado, o si lo hará, una purga cuyos límites se desconocen. El misterioso destino del general Serguéi Surovikin, un militar partidario de la tierra quemada, no permite vislumbrar cuál es el perímetro de una hipotética operación de limpieza iniciada por Putin. La opacidad del régimen ruso hace imposible discernir quiénes han caído en desgracia y pagarán los platos rotos de la vulnerabilidad demostrada por el Estado cuando el jefe de los mercenarios se sublevó. Ni siquiera el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, parece quedar fuera de la nómina de altos mandos y funcionarios civiles a los que el desafío de Prigozhin puede haber cercenado su carrera. Pero no será ahora, cuando su caída podría verse como el cumplimiento de una de las exigencias de los alzados.

Diferentes estudios de opinión a los que en Occidente se da crédito, singularmente uno del Levada Center de Moscú, estiman que una cuarta parte de la población rusa apoya a Prigozhin incluso después del motín. El dato debe tenerse en cuenta porque, en cierta medida, exige a Putin ser prudente al activar los castigos a cuantos uniformados, sin demasiado disimulo, apoyaron al líder de Wagner en su escalada de críticas al Estado Mayor durante la batalla de Bajmut. Una realidad que es un secreto a voces y que obliga al debilitado Putin convertir sus renuncias en muestras de magnanimidad. Y a ser especialmente cuidadoso para no hacer del líder de los mercenarios un mártir en el exilio bielorruso. Si, además, los efectivos de Prigozhin se acogen mayoritariamente a la oferta para integrarse en el Ejército, algo que está por ver, aún se abrirán más incógnitas sobre la cohesión en el seno de las fuerzas armadas.