¿Nos duele España?
Nadie duda de que nuestro país tiene problemas, pero es una democracia plena, miembro de la Unión Europa, con una economía desarrollada, y uno de los estándares de vida mejores del mundo
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Leonard Beard / Leonard Beard
La pregunta viene al hilo del 125 aniversario de la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que inundó a la sociedad española, sobre todo entre los sectores profesionales e intelectuales, de un fuerte sentimiento de decadencia. Aunque el dolor por el derrumbe de las glorias imperiales se arrastraba desde muy atrás, en 1898 dio un giro radical al perderse lo que en realidad no eran “los últimos jirones del imperio”, sino “las primeras y las últimas colonias de la nación liberal española”, nacida con la Constitución de Cádiz (1812). El historiador Tomás Pérez Viejo, en un libro titulado '3 de julio de 1898. El fin del imperio español' (2021), da cuenta de la trascendencia que tuvo esa crisis colonial, convertida en una derrota del relato de España, que está en el origen del aparente fracaso del proceso de construcción de la nación liberal. Paradójicamente, la caída de las posesiones continentales en América entre 1821 y 1824, cuyo colapso fue de una magnitud incomparablemente mayor que la crisis finisecular, no tuvo repercusiones en el imaginario colectivo ni tampoco dejó un gran rastro en las memorias de quienes vivieron esa época. Porque quien perdió México y Perú no fue la nación española, que todavía no existía, sino la monarquía de Fernando VII. La ruptura de las nuevas repúblicas fue con el rey católico, no con España, puntualiza Pérez Vejo. Por eso, la respuesta al 'desastre' colonial de 1898 fue tan diferente, con consecuencias que todavía perduran, no porque la realidad española de hoy tenga nada que ver con aquella, sino como pesada herencia política. A partir de esa fecha, entre una parte de las clases medias y acomodadas y de los intelectuales catalanes, que hasta ese momento habían sido inequívocamente españolistas, con un lenguaje a lo sumo de doble patriotismo (catalán y español), se produjo una desafección emocional. Es en 1898 cuando eclosiona el nacionalismo catalán.
En la parte castellana, la respuesta fue el regeneracionismo, un complejo movimiento en el que se mezclan frustraciones y aspiraciones, y que supone la expresión del primer nacionalismo español moderno. Pese a la multitud de proyectos y propuestas de cambio, lo que subyace es la impotencia frente a la incapacidad política, las corrupciones, y el retraso socioeconómico general. El desaliento ante la incapacidad para vertebrar un proyecto colectivo se sucede en diversas etapas del primer tercio del siglo XX, lo que lleva a intelectuales como Pio Baroja, Ortega y Gasset o Miguel de Unamuno a un profundo pesimismo, que este último plasmará en 1923, tras el golpe de Estado del general Primo de Rivera, con la frase “me duele España”. Desde entonces, las palabras de Unamuno se utilizan para expresar esa pérdida de fe en el proyecto común. Es una frase muy plástica que ha sido prostituida en los últimos años, sobre todo por políticos de derechas, como Albert Rivera o Pablo Casado, o por intelectuales nacionalistas, como Ramón Tamames, quien no ha dudado en titular 'Me duele España' un libro donde explica las razones que le llevaron a encabezar la moción de censura patrocinada por Vox. El argumento de fondo es que la continuidad en el Gobierno de Pedro Sánchez está poniendo en peligro, por culpa de sus alianzas con podemitas, filoetarras y separatistas, el ser mismo de España.
Nadie duda de que nuestro país tiene problemas, de desigualdad social, segregación educativa, falta de competitividad, retos climáticos y medioambientales, etc., pero no se enfrenta a un problema existencial. Es una democracia plena, miembro de la Unión Europa, con una economía plenamente desarrollada, y uno de los estándares de vida mejores del mundo. Si España es justamente una gran democracia es porque todas las ideas se pueden defender por vías pacíficas y legales. Ese fue el consenso fundacional de 1978, que se sitúa en las antípodas de ese esencialismo español que hay detrás del “me duele España”. En democracia, la descalificación nunca puede poner en el centro de la crítica con quién se pacta sino qué se acuerda. Expresiones como “Sánchez o España” alimentan visiones dolientes sobre nuestro país tan alejadas de la realidad como tóxicas para la convivencia y la salud democrática.
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