Opinión |
El desliz
Pilar Garcés

Pilar Garcés

Periodista

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La inmatriculación del arcoíris

A la Iglesia no le gusta que la comunidad LGTBI utilice como bandera la bóveda de siete colores, porque la considera el símbolo bíblico de un nuevo comienzo. No hay renacimiento alguno en la involución que vivimos

Bandera del arcoíris.

Bandera del arcoíris. / ARCHIVO

Algunos no necesitan el «gran vuelco» conservador que se avista para soltarse la melena. El obispo de Orihuela, Alicante, el donostiarra José Ignacio Munilla, reclama para su credo nada menos que la propiedad intelectual del arcoíris. Eso es una inmatriculación a lo grande, y no que la Iglesia inscribiera en el registro a su nombre y de extranjis la plaza mayor del pueblo. Sostiene Munilla que la cúpula de colores ha sido expoliada por el colectivo LGTBI que este mes celebra el Orgullo, y se lamenta de que su vistosa bandera ondee a lo largo y ancho del mundo, incluso en la fachada de la mismísima embajada de Estados Unidos en el Vaticano. Puñetero junio, lleno de gente que se ama sin pedir permiso ni perdón. Condena el prohombre en su programa de una radio católica que la ideología de género y LGTBI hayan «desfigurado» el «significado bíblico» del arcoíris que no es otro que la unidad con Dios, y avisa de que se ha levantado otra «torre de Babel» sobre preceptos «con los pies de barro» porque «después del orgullo viene la caída». Como no estamos entre teólogos no entraremos a discutir si ese barro del que habla es un material de tan escasa calidad como el usado por el Supremo Hacedor para crear a Adán, y después de él a toda la humanidad hasta llegar al Pitingo. Munilla reivindica el arcoíris que describe el Génesis, que simboliza la promesa que Dios le hace a Noé de que no volverá a mandar un diluvio, y por ende la posibilidad de un nuevo comienzo. Una inspiradora historia del Antiguo Testamento que poco tiene que ver con la falta de cintura de la Iglesia en lo que respecta a los avances en derechos sociales. Tampoco casa con la falta de generosidad que exhibe la jerarquía eclesiástica respecto a una muy grande porción de la población que desea vivir su vida y su sexualidad en libertad, sin reproches ni violencia. Tal vez si las sotanas de los curas fuesen de siete colores en lugar de blancas y negras como el No-Do sus dirigentes se mostrarían más tolerantes con el prójimo, menos criticones, más alegres y contemporáneos. Por mucho que Munilla reclame el arcoíris, su iglesia no es precisamente el mundo del Pequeño Pony, que trota contento con su cola multicolor repartiendo bondad y belleza.

Discursos retrógados

No parece que nos encaminemos a ningún renacer. Discursos retrógrados, homófobos y sin pizca de empatía como los que siguen emitiendo los prebostes católicos desde sus púlpitos se han defendido en programas electorales votados por mucha gente, y van a articularse en gobiernos de todos los niveles. En las primeras coaliciones de Gobierno PP-Vox que se están alcanzando en ayuntamientos y autonomías, la ultraderecha está reclamando las políticas de igualdad, familia y educación, en un significativo pack con la seguridad ciudadana, y la derecha se las ha entregado. Se vuelven a considerar ‘marías’, o temas accesorios asuntos capitales que sin embargo tocan de lleno la vida de las personas. Tratarlos a la ligera y gestionarlos a golpe de ocurrencia le ha costado crédito y salud al Gobierno progresista de Sánchez, puede que Feijóo repita el error. Porque por mucho que algunos vivan con nostalgia de la caverna, y pese a la reacción que siempre sigue a las conquistas sociales, las mentalidades han cambiado y no hay vuelta atrás. Seguimos hacia la luz. El arcoíris del Génesis que añora Munilla era solo una ilusión óptica.

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