Configurar, maldita palabra
Ya no voy ni al súper, por miedo a que la cajera me diga que tendré que configurar los yogures que me llevo
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Un hombre con gafas trabaja frente a un ordenador / 123RF
El infierno no son los otros. Eso lo decía Sartre porque no le tocó vivir en esta época. El infierno es configurar. El peor terror al que nos enfrentamos hoy es, al comprar un móvil, una tele, un microondas o un reloj, cuando el vendedor te informa de que tendrás que «configurarlo», mientras por dentro ríe sádicamente. Lo anuncia al final, cuando uno ya pensaba salir de la tienda sin tener que configurar nada. Ya no voy ni al súper, por miedo a que la cajera me diga que tendré que configurar los yogures que me llevo.
La primera vez, hace ya años, que me dijeron que tenía que configurar no recuerdo qué, busqué la palabra en el diccionario: «dar determinada forma a algo». Me quedé extrañado, puesto que, al comprar un reloj o un móvil, me aseguro de que ya tenga forma de reloj o de móvil. En todo caso, se podría aplicar el «configurar» al flotador que compré en la playa, que no adoptó forma de pato gigante hasta que no hube soplado durante horas, bien configurado quedó, eso sí. O a la 'republiqueta' que pretendían endosarnos, pero en este caso lo llamaban «implementar».
He adquirido una cámara de vigilancia para la dacha de L'Escala, y cuando creí que ya la tenía instalada, leí en las instrucciones que debía configurarla. Y eso que ya tenía forma de cámara. Ni comprando por Amazon para evitar que un vendedor le inste a configurar, se libra uno de hacerlo. Empiezo a comprender que configurar significa adentrarse en el proceloso mundo de las tecnologías y hacer que un trasto funcione milagrosamente. Por supuesto que con la cámara no lo he conseguido, si entran ladrones u okupas, no solo van a robar la tele y los muebles, sino incluso la cámara, y ni siquiera voy a enterarme.
Durante años pensé que lo peor que alguien podía decirte era «no eres tú, soy yo», eufemismo que significa que luces cuernos desde hace meses y que ahora, encima, te dejan plantado. Con el tiempo, uno relativiza el amor, y concluye que lo peor es que le digan «lo siento, es cáncer» o «ha llegado una carta de Hacienda». Pues tampoco. Lo peor es que te digan que tienes que configurar, eso sí que acaba con las ganas de vivir de cualquiera.
Curiosamente, mi hijo Ernest, con 13 años, configura como si nada. Al final lo de configurar tendrá que ver con la sexualidad, de ahí que los adolescentes lo lleven a cabo con tanta facilidad, y en cambio yo, no hay manera.
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