Opinión |
Fauna marina
Miqui Otero

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Escritor

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Querida orca Ulises

 White Gladis es una orca muy orgullosa. Está enseñando a otras a atacar barcos por la zona de Gibraltar

La orca Ulises, en San Diego

La orca Ulises, en San Diego / Michael Aguilera

Querida orca Ulises,

hola, chato, ¿cómo estás? ¿Te sorprende que te escriba? Tanto tiempo es normal.

Espero que todo vaya bien en San Diego. Te mando estas líneas porque he caído en que han pasado justo cuarenta años desde que llegaste al zoo de Barcelona. En 1983 yo tenía dos y poco después ya te vi en el Aquarama, llevando un balón de baloncesto tricolor, como el de los Harlem Globetrotters, con la nariz, arrancando arenques y caballa de la boca de tu cuidador, que luego hacía surf sobre tu montura. Creo que me bautizaste tú, salpicándome con tu aleta caudal. 

¿Qué tal te trata la crisis de los 40? Ya lo dijo Dante, “estás en mitad de la vida, con la senda derecha ya perdida”. Yo, la verdad, como siempre: la escritura no me cansa, pero me siento vacío.

En realidad no te escribo por este aniversario, como puedes imaginar. El caso es que algunas de tus amigas están liándola en el sur de España. ¿Conoces a White Gladis? Por lo visto es una orca muy orgullosa. Está enseñando a otras orcas juveniles a atacar barcos por la zona de Gibraltar. Rondan veleros y entonces se lían a trompazos con el timón. A veces, incluso embisten la popa. No se sabe muy bien si lo hacen por vengarse o por jugar (como si a veces no fuera lo mismo). O si será una moda, como cuando a las orcas del estrecho de Puget les dio por ponerse un salmón muerto de sombrero (se cansaron de hacerlo al cabo de un mes y medio). Pero el caso es que los pijos están alarmadísimos y algunos dicen que este verano no cogerán el barco. Tampoco es que se los coman, ¿eh? ('eat the rich!'), pero, claro, animales que se zampan 70 kilos de pescado en un día… algo imponen. Es como una de esas películas de huracanes de tiburones o de pirañas gigantes. Quizás te suena, porque ha salido hasta en 'The New York Times'. O te enteraste y pensaste en la que fue tu casa.

Tú llegaste cuando Barcelona aún no era lo que ahora es. Te uniste a Copito de Nieve y os convertisteis en un gran reclamo turístico, antes incluso de que nos concedieran los Juegos Olímpicos. Ahí empezó todo, ¿no? Luego te fuiste. Bueno, más bien te echaron, como a Juana la Loca cuando la mandaron a Tordesillas para que no molestara. Decían que te mordías la lengua, que te ensañabas con delfines y que te encarabas con tus cuidadores. Que te habías vuelto majara, y no me extraña, porque tu piscina era pequeña para un animalazo de seis metros de largo y más de 4.000 kilos.

Me acuerdo cuando te subieron en esa camilla gigante y te metieron en el Jumbo 747 y dijeron que volverías. Nos lo creímos, como tantas cosas después. Aún recuerdo las pancartas en la grada del Aquarama, cada niño una letra: 'Fins aviat, Ulises'. No volviste, claro. Al fin y al cabo te llamas Ulises. El Ulises de la Odisea tampoco quería volver a casa: el malandrín se pasó siete años con Calypso y uno entero en brazos de Circe. Y ya he leído que tú has rehecho tu vida y hasta has tenido hijas (yo también, te adjunto fotos).

Pero podría haber llegado el momento. Mira, la cosa es que ahora no llegan cuatro turistas. Vienen un montón de cruceros. El otro día volvía en avión a mi ciudad y conté unos cinco. La cosa se ha disparado: en temporada alta pueden ser 400.000 cruceristas en un mes. Y ha habido elecciones y no pinta que esto vaya a cambiar.

Eres la orca más grande de California y quizás guardes algo de cariño por esta ciudad. Si en algún momento sientes la llamada de volver a visitarnos, quizás este podría ser un buen momento. No te pido que te cargues los timones, ni que sostengas a un guiri como hacías con el balón de básket. Creo de verdad que solo con que aparecieras, la cosa se relajaría un poco y vendrían menos.

Si al final vienes, seguro que nos reconocemos. Como en ese cortometraje en el que tu cuidador, Albert López, te visitó en San Diego un cuarto de siglo después. Él había cambiado: un piercing en la nariz, gafas de sol, una barba blanca con triple nudo… y, sin embargo, le reconociste, 25 años después. Espero que nos pase lo mismo. Grita cuando te acerques y te iré a ver a la Barceloneta. Llevaré una camisa hawaiana y una bolsa de La Sirena llena de chucherías para ti.

 Tu amigo, M.

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