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¿Salvados?

Sálvame

Sálvame

Albert Sáez

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Una parte nada despreciable de españoles se han distraído de las penas de las últimas cuatro crisis que les ha tocado vivir (financiera, territorial, sanitaria y bélica) pegados a las pantallas de un programa de televisión, 'Sálvame', convertido con el paso del tiempo en una suerte de corral o patio de vecinos de escala ibérica y criaturas cada vez más exóticas y autorreferenciadas. Gemma Martínez, nuestra directora adjunta, ha diseccionado con su sabio bisturí el atrincheramiento que ha generado el abrupto y más que justificado final del programa, ahora convertido en un asunto de Estado por aquellos que, desde una u otra trinchera, siguen pensando que las cosas que pasan en España siempre se pueden explicar por las decisiones que toman entre unos pocos. A veces, lo más sencillo explica mejor las cosas que las grandes teorías conspiratorias.

Lo cierto es que las televisiones convencionales en España están en vías de arruinarse porque han vivido tan bien en las últimas dos décadas, gracias al duopolio que impulsó un presidente socialista, que no están en absoluto preparadas para afrontar la transición digital que, como a todos los medios, les ha llegado. El consumo televisivo se ha desplazado a las plataformas digitales en 'streaming', tipo Netflix o Movistar, donde los consumidores organizan su programación ayudados por los algoritmos y pagan directamente por los contenidos. Un ejemplo palmario: una competición alternativa como la King's League ha vendido sus derechos a Mediaset, a la que ya considera una opción alternativa. Y la publicidad, que era lo que sabían gestionar Atresmedia o Mediaset, se ha esfumado a otros mercados. La engañosa medición de la audiencia televisiva a través del 'share', la cuota de mercado, esconde esa realidad. Las dos grandes cadenas conservan en torno al 15% del 'share', pero antes tenían el 15% de 30 millones de espectadores y ahora de 15 millones como mucho, la mitad del doble. En este contexto, que un empresario en dificultades haya prometido al líder de la oposición que cambiando a una presentadora de franja horaria le ayudará a ganar las elecciones a cambio de quedarse con un grupo endeudado de prensa es perfectamente comprensible. No es muy distinto a otro que promete sumisión a la agenda del Gobierno a cambio de acciones en la principal empresa beneficiada con el incremento del gasto de defensa. Pero el timo de la estampita no deja de ser el timo de la estampita. Es humano querer salvarse, tan humano como 'Sálvame', que llegó a tener edición 'De Luxe'.

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