La lengua de muchos, no de todos
La penetración del castellano como lengua ambiental de la metrópoli es abrumadora y avanza sin freno
Xavier Bru de Sala
Escritor y periodista.
Ya no es cosa de todos, ni de la mayoría. Ahora, casi cinco años después de la gran derrota, el catalán es, ante todo y en el área metropolitana, la lengua de unos cuantos, por decirlo con más exactitud la lengua de los catalanistas. En las comarcas donde es la lengua ambiental el problema no ha llegado o no se percibe, pero en la Catalunya de los más de cinco millones, el retroceso es tan evidente como muestran los datos publicados por EL PERIÓDICO. Quizás más. Entre las generaciones jóvenes, quienes tienen el catalán como primera lengua abdican de forma preventiva de su uso ante amigos, conocidos y más si son desconocidos, de modo que, en la práctica y en muchos ámbitos, el uso real del catalán se encuentra muy por debajo de lo que aseveran los datos menos alentadores. En otras palabras, la penetración del castellano como lengua ambiental de la metrópolis es abrumadora y avanza sin freno tras el finísimo velo de las apariencias, sostenido por los escasos poderes interesados en simular que las cosas van por nada fácil pero buen camino.
Resistencias
Uno de los factores más preocupantes es la proliferación de los enemigos declarados y militantes del catalán. Se trata de una legión no organizada pero muy contagiosa y efectiva que no ha parado de crecer desde 2018. Entre ellos y la inmensa mayoría de catalanohablantes indiferentes el bajón real, el del uso social, no solo prosigue sino que se acelera. Existe entre los que nunca lo usan o solo de forma muy esporádica una huelga y difusa percepción del catalán como lengua de los perdedores del 2017, y ya se sabe que en general, y más en el mundo pseudofeliz de nuestros días, los perdedores no inspiran empatía alguna, sobre todo si no vuelven a levantarse heroicamente como parece que no sea el caso.
La persistencia del catalán contra pronóstico y contra el tsunami histórico del asimilacionismo se debía a dos factores: el espíritu de resistencia, que fue clave a la hora de salvarlo de las garras del franquismo, y la consideración de lengua de futuro y convivencia. Hoy, los resistentes se pueden contar con los dedos, sobre todo donde serían más eficaces. Hoy, la invasión es sutil, tanto la programada como la que se debe a la subida de la marea. Hoy, la convivencia restablecida no necesita el catalán como elemento imprescindible. Hoy, el futuro pinta oscuro y los que están dispuestos a aclararlo son pocos y además disponen de pocos medios. Y encima, y eso va a todos los partidos del 52%, si dispusieran de más palancas tampoco las usarían, escondidos como se encuentran tras un optimismo histórico que cuando no se vuelve histérico es porque se sustenta en la más pura hipocresía.
La famosa explicación de la persistencia de la catalanidad, y la del catalán, en un país de crecimiento demográfico por aluvión imparable, la que define a Catalunya como fábrica de catalanes, es decir capaz de catalanizar a los recién llegados, ha dejado en buena parte de operar. La fábrica ya sólo produce hispano-catalanes, y gracias. De modo que si la radiografía es poco alentadora, peor es el pronóstico que aboca el catalán al estatus de lengua residual.
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