Una llamada desde el frente
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
El principal atractivo del pueblo de Hudson, en el norte del estado de Nueva York, es una gran oferta de tiendas de antigüedades, muebles 'vintage' y cachivaches que dan fe del estilo de vida consumista de los estadounidenses. Hace unos años, durante una visita, entré en una de esas tiendas para hurgar un poco y encontré algo curioso. En medio del caos de bagatelas y objetos de coleccionista, me fijé en un álbum de fotos. Lo abrí y enseguida me di cuenta de que contenía los recuerdos de un soldado en Vietnam. Eran fotos en color medio desteñidas: de la selva, de una ciudad que podía ser Saigón, de un grupo de soldados sonrientes y haciendo el signo de la victoria. Había una cara que se repetía a menudo y supuse que era la del propietario del álbum. Pese a las metralletas y los uniformes de camuflaje, las imágenes transmitían una mezcla de calma y melancolía, como si el gesto de sacarse una foto acercara esos soldados a la vida cotidiana en su hogar. Hacía poco que había leído un libro estremecedor sobre los horrores de Vietnam -'Despachos de guerra', del periodista Philip Herr- y me dije que esas imágenes parecían querer desmentirlo.
Cerré el álbum y lo dejé en su sitio, pero ahora me ha vuelto a la memoria al leer noticias de la guerra de Ucrania. Los soldados rusos en el frente tienen prohibido el uso del teléfono móvil, porque los ucranianos pueden detectar sus posiciones a través de la señal de localización. Sin embargo, durante el fin de año muchos no pudieron resistir la tentación -la lejanía y la añoranza- y llamaron a sus familias, les enviaron fotos, subieron vídeos a TikTok. El Ejército ucraniano descubrió dónde se encontraban y su ataque dejó decenas de soldados rusos muertos, quizás cientos.
Ha pasado casi medio siglo desde esa guerra de Vietnam, los combates se han sofisticado con drones, estrategias militares y armamento carísimo, pero los soldados desplazados al frente siguen siendo carnaza, víctimas de una estrategia que a menudo desconocen. Y entretanto los señores de la guerra lo ven todo desde sus casas, en zapatillas, frente a la chimenea -otra cosa que no ha cambiado-.
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