Fricciones entre aliados occidentales en la guerra de Ucrania
Detrás de la aparente unidad de acción existe una creciente fricción entre EEUU y la Unión Europea sobre la actitud a mantener con Kiev y sobre las decisiones tomadas a ambos lados del Atlántico
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El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, se dirige a la Asamblea Parlamentaria de la Alianza / El Periódico
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Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Más allá de lo que ocurre entre los dos bandos directamente enfrentados en la guerra en Ucrania conviene también tomar en consideración lo que sucede internamente en cada uno de ellos, en la medida en que esas dinámicas pueden acabar siendo decisivas para el deseado final del conflicto.
En lo que respecta a Rusia, a pesar de los serios reveses sufridos hasta ahora, nada indica que las protestas de una sociedad civil aplastada durante años vayan a desviar a Vladímir Putin de su objetivo. En todo caso, si algo llegan a influir en su deseo de hacerse con Ucrania (o, al menos, con sus regiones orientales para asegurar el control de Crimea) sería para endurecer aún más su campaña militar con intención de acortar la duración de la guerra antes de que los costes sean insoportables para una economía ya en crisis. Tampoco cabe esperar muchos cambios entre los que se alinean con Moscú, sea Bielorrusia -resistiéndose a entrar directamente en la batalla junto a las tropas rusas-, China -manteniendo una ambigüedad calculada entre la no aplicación de sanciones y el no suministro de armas, mientras aumenta sus compras de hidrocarburos rusos-, Irán -suministrando drones suicidas- o el resto de la cuarentena de países que respaldan tímidamente a Rusia, carentes de peso para permitirle dar la vuelta a la situación aunque lo pretendieran.
En Ucrania, por su parte, no cabe duda de que, a pesar del innegable sufrimiento humano y la destrucción física de sus ciudades, la moral ciudadana y militar se mantiene muy alta. No es previsible, por tanto, que las diferencias de opinión que pueda haber en su seno vayan a modificar significativamente el rumbo adoptado desde febrero, centrado mucho más en la victoria (expulsión del ejército ruso de todo el país) que en la paz (sinónimo de fragmentación de Ucrania). Donde sí pueden producirse cambios sustanciales es en el grupo de países que hasta hoy respaldan económica y militarmente a Kiev y, dado que sin ese apoyo Ucrania no habría llegado a resistir como lo ha hecho en estos últimos nueve meses, es ahí donde se juega buena parte del futuro de Ucrania.
Aunque en términos porcentuales son los países bálticos y Polonia quienes aparecen en cabeza, son Estados Unidos y Reino Unido quienes lideran, tanto en términos políticos como pecuniarios, la lista de principales aliados de la causa ucraniana. El paso del tiempo está haciendo cada vez más visible que detrás de la aparente unidad de acción existe una creciente fricción entre EEUU y la Unión Europea sobre la actitud a mantener con Kiev y sobre las decisiones tomadas a ambos lados del Atlántico. En el primer plano, aumentan las presiones de algunos gobiernos sobre Volodímir Zelenski para que se abra de inmediato a una negociación con Putin, mientras que otros (más sensibles a la amenaza rusa) consideran que hay que seguir apoyándole en su intento de derrotar a Rusia o, al menos, degradar su capacidad militar para que le resulte imposible aventurarse contra alguno de ellos. En el segundo, arrecian las declaraciones gubernamentales de países como Francia y Alemania, acompañadas de las realizadas en el mismo tono por Josep Borrell, que identifican a Washington como un actor que está aprovechando las circunstancias para hacer negocio a costa de sus aliados europeos, tanto en el terreno energético como en el armamentístico, sin querer entender que son los Veintisiete los principales perjudicados de la guerra y las sanciones impuestas a Rusia. Y de ahí no puede venir nada bueno.
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