Artículo de Álex Sàlmon
Nacionalismos únicos
Cuando algo sale mal, el problema es siempre externo y, por lo tanto, se convierten en víctima del otro
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Los nacionalismos tienen un problema de base: consideran que su territorio roza la perfección. De entrada y de salida. Da igual de dónde sea. Catalán, español, francés, italiano, alemán o japonés. Más a la derecha o a la izquierda. Siempre basa su concepción de sociedad como diferente y única. Y cuando algo sale mal, el problema es siempre externo y, por lo tanto, se convierten en víctima del otro.
El nacionalismo catalán ya intentó dar lecciones de honestidad cuando los fiscales Carlos Jiménez Villarejo y José María Mena incluyeron a Jordi Pujol en la querella del famoso caso de Banca Catalana. “El Gobierno de Madrid, el Gobierno central ha hecho una jugada indigna”, exclamó irritado desde el balcón de la Generalitat el recién elegido 'president' con mayoría absoluta. Después ya conocemos su recorrido y el de la familia, aunque aquel caso en concreto se archivó por motivos digamos espurios.
El nacionalismo no es honesto consigo mismo. De la misma forma que en aquella ocasión hace 38 años una parte de la sociedad catalana no estuvo a la altura y compró las falsedades de Pujol sobre el banco que dirigió, los nacionalismos siguen jugando a esconder sus inmundicias con la identificación de un ataque externo. Lo hicieron Aznar, Trump, Bolsonaro o el mismísimo Boris Johnson. Y Putin. Y hasta Zelenski, aunque en su caso los parámetros de la guerra puedan encontrar argumentos a favor: el enemigo común.
El reportaje publicado esta semana en EL PERIODICO sobre seis de los más potentes escándalos de corrupción que se han conocido en Catalunya demostraba que, por supuesto, los corruptos no están solo entre los nacionalistas. Todas las casas políticas han tenido que limpiar ropa sucia ante la justicia. La diferencia es que no hay patria posible que pueda victimizar a los culpables.
Todo el mundo es bueno hasta que se demuestre lo contrario. Así debe ser. Pero nadie es bueno de entrada por pertenecer ni a un país, ni a un club. Por ello, mejor militar en la premisa de Groucho Marx y no pertenecer “a un club que admitiera como socio a alguien como yo”.
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