Gerard Piqué, un tipo listo
Inquieto, moderno y emprendedor, prefiere controlar su mercado a que este le condicione. Volverá
Josep Cuní
Periodista.
“El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber por qué se vive”. La frase de Dostoyevski bien podría suscribirla el protagonista de la semana. El hombre que quiso dibujar su destino a sabiendas de que tendría que enfrentarse a él y no siempre ganaría. La celebridad que tiene claro que “es mejor equivocarse siguiendo tu propio camino que tener razón siguiendo el camino de otro”. El jugador que, como el protagonista de la famosa novela del ruso, fue al bosque muchas veces demostrando que no le tenía miedo al lobo.
Es sabido que a Gerard Piqué Bernabéu (Barcelona, 2 de febrero de 1987) le gusta el juego. Y el riesgo que, aun pretendiéndolo controlado, a veces se desboca. Lo ha demostrado sobradamente en el campo de fútbol y en algunas de sus múltiples aventuras personales que han trascendido o bien porque le han pillado o bien porque él mismo las ha contado. Y teniendo más de 20 millones de seguidores en Twitter es lógico que alguno de sus mensajes haya provocado ríos de tinta, altas polvaredas y largas polémicas.
A través de un vídeo trabajado, cuidado, emotivo, entrañable y definitivo, Pique ha vuelto a marcar el paso de la actualidad más allá del césped y de su vida sentimental. Y nos ha dicho que su etapa de jugador se acaba hoy porque su compromiso público de no llevar otra camiseta que la del Barça no le permite vagar por respetables clubes secundarios de equipos que se nutren de estrellas de ayer. Pero que como excelente gladiador del gran circo contemporáneo que ha sido, volverá. Una advertencia del niño planificador que siempre supo a qué quería dedicarse y dónde hacerlo. Del respetado defensa que lo ha ganado todo. También antipatías provocadas y envidias desbordadas. Porque cuando uno es alto, joven, guapo, rico, descarado y, aparentemente, feliz, no puede evitar que los recelos campen a sus anchas y los cuchillos se afilen a sus espaldas.
El día que el presidente Laporta le señaló públicamente porque no quería bajarse el sueldo, Gerard Piqué constató que las tornas habían cambiado. Que los vientos habían girado y que las aguas andaban más revueltas de lo que hubiera querido imaginar. Y sintió el aguijón de la injusticia proclamada a su costa por quien tira de tarjeta de crédito como si no hubiera un mañana, lanza constantes pelotas hacia adelante sin que nadie las remate, se rodea solo de afines como el rey absoluto que necesita de su corte, convoca asambleas a distancia como si la pandemia mantuviera las restricciones y le delatan la falta de proyecto y la sobra de palancas que empujan al club a acabar en manos ajenas consecuencia de la progresiva descapitalización de los recursos propios.
El jugador interpretó que aquella señalización equivalía al dedo del emperador que marcaba el camino de la hostilidad. En el trabajo el entrenador tampoco contaba con él y cuando reaparecía el público tendían a silbarle. En casa, además, la ruptura cortaba el aire e inspiraba canciones que otros interpretaban de despecho. Pero él, único conocedor de su realidad, sigue adelante porque “es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama”. Dostoyevski de nuevo.
Gerard Piqué es un claro representante de su tiempo. Inquieto, moderno y emprendedor, prefiere controlar su mercado a que este le condicione. Volverá.
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