Del Brexit al fracaso de Liz Truss
La primera ministra británica ha quedado zombi tras la crisis provocada por su programa ultraliberal
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Liz Truss. / REUTERS
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Joan Tapia
Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
Joan Tapia
Olvidada Isabel II. En Gran Bretaña manda la grave crisis financiera y política que ha obligado a la nueva primera ministra, nombrada hace solo 40 días, a cesar fulminantemente a su ministro de máxima confianza, el economista de origen ghanés Kwasi Kwarteng. Y a hacer marcha atrás en su programa económico ultraliberal.
Truss fue elegida sucesora de Boris Johnson, obligado a dimitir tras diversos escándalos, en la votación de los militantes del partido pese a no ser la preferida de los diputados, inclinados hacia el más ortodoxo Rishi Sunak, su gran rival y anterior ministro de Economía. Su éxito en las primarias fue asegurar que bajar impuestos, sin importar el déficit, generaría crecimiento.
Dicho y hecho, el pasado día 23 de septiembre su ministro de Economía, Kwasi Kwarteng, presentó de forma triunfalista un ‘minipresupuesto’ (sin previsión de ingresos ni de gastos) con una bajada de impuestos -la mayor en 50 años- de 43.000 millones de libras (unos 58.000 millones de euros). Lo más emblemático -y polémico- era bajar del 25% al 19% el impuesto de sociedades y abolir el máximo del 45% a los contribuyentes más pudientes en el de la renta. Justificación: dejar más dinero en manos de las empresas y de los más ricos animaría la inversión y beneficiaría a toda la economía y al empleo. Se dijo, por la prioridad a la desregulación y la inversión privada, que volvía el thatcherismo, pero Thatcher siempre abogó por la reducción del gasto. Y la Gran Bretaña de entonces, con mucho peso en Europa, no es la del Brexit que, queriendo recuperar la soberanía británica, la ha aislado.
Los mercados no se han creído la viabilidad económica de la rebaja del impuesto de sociedades y de la abolición del máximo del 45% en el de la renta
Las teorías lo justifican todo, pero la realidad es cruda. Dicen que la solvencia financiera es algo que cuesta tiempo lograr, pero que se destruye en un minuto. Y los mercados no se creyeron a Truss ni a Kwarteng. De inmediato subieron los intereses de la deuda británica, la esterlina inició un desplome que la acercó a la paridad con el dólar, cundió el pánico y el Banco de Inglaterra tuvo que intervenirsosteniendo la libra y comprando deuda inglesa (y protegiendo a los fondos de pensiones que en ella confiaban).
En suma, para evitar el desastre, el Banco de Inglaterra (BoE), que preocupado por la inflación subía los tipos de interés, se vio forzado a hacer lo contraindicado: inyectar más dinero a la economía. El resultado fue una creciente inquietud, el FMI emitió un dictamen, no solicitado, que calificaba el plan de fiscalmente irresponsable y el BoE anunció que su intervención finalizaría el viernes.
Y el viernes Truss se vio forzada a cesar a Kwarteng, y sustituirlo por Jeremy Hunt, del ala más ortodoxa del partido. Y es que Truss se topó también con el malhumor y la casi rebelión de sus propios diputados. Estaba sola ante el peligro y en la conferencia conservadora de la semana pasada ya tuvo que retirar la abolición del máximo del 45%. El miedo era que la rebaja impositiva acabara llevando a un fuerte recorte del gasto social y a la derrota electoral en 2024. Las encuestas dan ahora una ventaja de 30 puntos a los laboristas.
Truss quiere sobrevivir y ha sacrificado a su tan próximo Kwarteng, pero la crisis financiera no se ha acabado y su prestigio en el partido y en el país está por los suelos. No es Thatcher quien quiere, sino quien bien calcula.
Con el Brexit, Gran Bretaña entró en una deriva nacionalista que la ha llevado del conservador templado Cameron (Aznar dijo que pecó con dos referéndums, Escocia y el Brexit), a la irresoluta Theresa May, al demagogo Boris Johnson -purgado por los mismos diputados a los que dio una amplia mayoría- y ahora a Liz Truss, una primera ministra que el ‘Financial Times’ califica de zombi. Cuatro primeros ministros desde 2016 en el país de la estabilidad mientras que en España solo ha habido dos (aunque muy atacados).
Olvidar la realidad (Gran Bretaña estaba en la UE desde hacía muchos años y Thatcher nunca la quiso sacar) ha acabado llevando a una peligrosa inestabilidad. Y a la fantasía: creer que un país mediano puede gastar mucho más de lo que recauda sin que los mercados le sancionen. Y el castigo de los mercados conduce al fracaso político. Feijóo, por los impuestos, y Sánchez, porque el gasto también cuenta, deberían tenerlo en cuenta.
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