Opinión |
Artículo de Xavier Martínez-Celorrio

El eclipse de la industria nocturna

Discotecas y bares musicales son mucho más dependientes de las condiciones de vida de los jóvenes de lo que pueda parecer (y se reconoce). Ir a la disco se ha convertido en un lujo

Ambiente de fiesta en la discoteca Carpe Diem.

Ambiente de fiesta en la discoteca Carpe Diem. / ZOWY VOETEN

Xavier Martínez-Celorrio

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Mientras la ciudad duerme, la oferta de discotecas y bares musicales se convierte en el motor de la industria nocturna. Un sector de negocio, empleo y tributos nada despreciable pero que parece haber entrado en un eclipse o crisis irremediable. El primer golpe y cierre masivo se dio en los años de la austeridad entre 2008 y 2016 con unas generaciones jóvenes duramente castigadas con menor poder de compra y una precariedad de máximos.

El segundo golpe para el sector ha sido la covid con el cierre del ocio nocturno y una deuda pandémica que ahora se encabalga con una mayor factura energética y de suministros. La industria nocturna no puede globalizarse. Por definición, es una industria local y mucho más dependiente de las condiciones de vida de los jóvenes de lo que pueda parecer (y se reconoce).

Para empezar, vivimos un cambio demográfico de calado. La actual generación Z que cumplió 18 años entre 2010 y 2019 es un 40% más reducida que la generación X que llegó a los 18 entre 1990-1998. Son 2,5 millones menos de jóvenes. Casi nada. El exceso neoliberal y un menguante Estado del bienestar está detrás de la caída demográfica y, de rebote, de la muerte de las discotecas de hoy. Es lo que tienen las rebajas fiscales a los más ricos y dejar que la desigualdad de rentas se dispare.

El llamado botellón o autoconsumo espontáneo fue la primera advertencia para el sector. Con la pandemia, el trabajo y el estudio en casa ha reforzado el hogar y lo casero como alternativa. Con los precios por las nubes, se ha redescubierto el montar fiestas en casa donde puedes bailar eligiendo la música que te gusta. La dictadura del reguetón y de la música comercial al gusto del sacerdote 'disc-jóckey' no es para todos los públicos. También genera rechazo y hartazgo. Además, la disco ha perdido el monopolio del mercado para ligar con otras plataformas competidoras en las redes sociales pero que son gratuitas y con mayor tasa de éxito.

Los públicos, las interacciones y los usos del ocio nocturno se han diversificado al máximo. Ir a la discoteca se ha convertido en un lujo reservado para el fin de mes o para celebraciones especiales. El turismo y los vuelos 'low-cost' permiten ir a bailar y divertirse a otras ciudades, pero es algo esporádico y nada masivo. Se mantendrán las más grandes e icónicas como prescriptoras, pero contando con ese racionamiento selectivo de su público-diana. Como en todo proceso darwinista de selección natural, las pequeñas y especializadas que se adapten y fidelicen una parroquia de fieles podrán resistir. 

En conclusión, la industria de la noche debería transformarse sabiendo leer las claves de los cambios en la demanda. Pero, en especial, debería ser la primera en apoyar (y aplicar) la subida del salario mínimo y la nueva reforma laboral que mejora la capacidad de consumo de los jóvenes. El lleno completo que ha logrado Coldplay en su paso por Barcelona nos indica que hay ganas de baile, de optimismo y de buen rollo y se paga por ello. Los empresarios de la noche deberían presionar a la CEOE para que firme un pacto de rentas y acepte un reparto más justo de la riqueza y de los sacrificios. O el baile se irá a otra parte sin remedio.

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