La espiral de la libreta

Pequeños asteroides flotantes

En cada ser humano habita algo heroico, un misterio único e irrepetible

Un asteroide

Un asteroide / Bryan Goff / Unsplash

Olga Merino

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Madrugada, casi la una. Tras cenar en casa de unos conocidos, recorro un buen trecho de la Diagonal. En el hueco de un escaparate, un indigente se está preparando el nido para pernoctar, mientras bebe de un cartón, farfulla una letanía ininteligible y rebusca entre sus atadijos. ¿Qué fantasmas pululan en su mente?, ¿por qué despeñadero se deslizó? Trajina sus pertenencias en dos carritos de supermercado, uno de los cuales lleva en el morro un letrero escrito con rotulador que anuncia su destino, como los autocares de Sagalés: «Moscú– Kremlin», dice. Me lo imagino apareciendo de súbito en la plaza Roja, igual que Mathias Rust, aquel adolescente alemán que aterrizó en ella a bordo de una avioneta Cessna en 1987. Un arcángel sucio arrastra su convoy de miseria, pidiendo audiencia con el monstruoso Putin en la sala de los mármoles. Entre sus sombras, el mendigo sabe que un tren ciego atraviesa la noche de Europa.

COCA-COLA

Un miércoles, a la hora del aperitivo, una terraza rebosa de energía veinteañera. Un chico simula adivinar el futuro de uno de los amigos reunidos, leyendo la superficie de un vaso de Coca-Cola: «En diez años, te veo viviendo en Dubái con un ‘sugar daddy’». El ‘papi dulce’ es la versión posmoderna, consumista y metavérsica del príncipe azul: un amante madurito y con posibles que paga caprichos y vacaciones a cambio de compañía, sexo. Tal vez un poco de afecto.

CAFÉ

Día festivo. Sobremesa en un restaurante del barrio. En la mesa contigua, un clan transgeneracional arropa a una chica con síndrome de Down y edad indescifrable que acaba de volcar una taza de café sobre el mantel y sus pantalones beige. Gran drama. Llora con un desbordado sentimiento de pérdida. ¿Por qué? ¿Qué pasa por su cabeza?, ¿qué rumia?, ¿a qué teme tanto? Una de las mujeres la acompaña al baño, y al rato regresan ambas sonrientes, aunque la muchacha del café susurra como para sí: «Estoy harta». En cada ser humano habita algo heroico. Cada vida es un misterio preciosísimo e irrepetible. Un pequeño temblor del universo.

AGUA

Entro en un badulaque a comprar una botella de agua grande. El cajero me da la vuelta con un montón de monedas y un billete de 10 euros que parece del Monopoly.

—Cámbiamelo —digo sin mentar la palabra «falso».

—¿Por qué?

—No me gusta.

—¡Pero si es de los nuevos! —insiste. 

Suelto una barbaridad que hace estallar en carcajadas al tendero y a su amigo. Me lo cambia, claro. Con cara de pardilla, también acabo sonriendo, sobre todo porque me acuerdo de la frase que un amigo sabio dijo hace días, hablando de otros asuntos: «Ríete de la vida, ríete».    

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