Declarémonos ecologistas nucleares
España debería replantearse la decisión de empezar a desmantelar sus siete centrales nucleares a partir de 2027, si la alternativa es quemar gas
![Central nuclear de Vandellós](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/739d5798-211e-4fc9-91b1-85d171570445_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Central nuclear de Vandellós / EFE/JAUME SELLANT
El pasado 26 de julio falleció el científico y escritor James Lovelock, más conocido por su teoría Gaia, según la cual el planeta Tierra es un organismo capaz de autorregularse para mantener su estabilidad y supervivencia. Lovelock nos avisó de forma reiterada de los peligros del calentamiento global y de la responsabilidad que teníamos los seres humanos, así como del umbral de no retorno hacia la catástrofe que estábamos cruzando. En su lucha a favor del medio ambiente se declaró partidario de la energía nuclear. “En algún momento del siglo XXI, cuando los efectos devastadores del cambio climático empiecen a mordernos, la gente mirará con rabia a aquellos que ahora tan estúpidamente continúan contaminando, quemando combustibles fósiles en lugar de aceptar los beneficios de la energía nuclear”, escribió. Muchos despreciaban su visión apocalíptica, pero a la vista de lo que estamos viviendo este 2022 y de lo que se nos anuncia para los próximos años, puede que Lovelock tuviera razón cuando vaticinó “el fin de la civilización tal y como ahora la conocemos” y la muerte de millones de personas a causa del cambio climático.
Ahora bien, el catastrofismo no nos debiera paralizar porque aún podemos hacer mucho para evitar que el desastre sea completo a medio y largo plazo. Y para ello es urgente romper con algunas ortodoxias. El gran error del movimiento ecologista occidental ha sido la fobia a lo nuclear, una bandera aparentemente simpática que la izquierda hizo rápidamente suya, y que la derecha también acabó aceptando por razones electorales, como fue el caso paradigmático de la conservadora Ángela Merkel. El resultado ha sido un paulatino cierre de las centrales nucleares en muchos países europeos, cuando lo sensato hubiera sido apostar fuertemente por esa tecnología al tiempo que se avanzaba en energías renovables. La alternativa a la nuclear ha sido el gas, menos contaminante que el carbón, pero igualmente dañino para el clima, y que a los europeos nos está costando un disgusto histórico en términos de dependencia estratégica y ruina económica.
Pero de sabios es rectificar, y ya no hay excusas para reconocer, como sostuvo Lovelock, que la energía nuclear es “segura, fiable, económicamente viable, y eficaz”. Y en cuanto a sus residuos, hay que explicar que ni son tantos ni tan difíciles de gestionar. En Alemania, el canciller Olaf Scholz ha anunciado la revisión del plan de cierre de las nucleares, aunque ya solo les quedan tres de las diecisiete que tenían hace una década. En toda Europa hay ahora mismo una corriente de cambio en la opinión pública porque a la fuerza ahorcan. Por eso llama la atención que el Gobierno de España y, particularmente, la vicepresidenta de Transición Ecológica, Teresa Ribera, siga negándose a prolongar la vida útil de los siete reactores que tenemos en funcionamiento, cuyo desmantelamiento empezaría en 2027. Es un disparate que no nos podemos permitir, menos aún cuando la alternativa es quemar gas. Hagamos como Lovelock, si de verdad queremos luchar contra el cambio climático, declarémonos sin miedo ecologistas nucleares.
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