El novio de Barcelona
Lluís Permanyer acaba de recibir el Premio Nacional de Periodismo Cultural y como suele decirse, la sorpresa no es que se lo hayan dado, sino que no lo tuviese hace décadas
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Lluís Permanyer
No solo lo sabe casi todo sobre Barcelona, sino que lo sabe explicar de maravilla. Lluís Permanyer acaba de recibir el Premio Nacional de Periodismo Cultural y como suele decirse, la sorpresa no es que se lo hayan dado, sino que no lo tuviese hace décadas. Se puso a estudiar Derecho para ser diplomático y poder escapar de Barcelona, ciudad que odiaba en ese momento por su asfixiante franquismo. Pero mientras llegaba la ocasión, comenzó a ejercer de periodista, primero en ‘Destino’ y luego en ‘La Vanguardia’. Su labor desde entonces ha sido impecable en dos aspectos, por un lado como historiador, llenando miles de fichas con sus descubrimientos, para luego irlos volcando en libros, artículos o programas de televisión. Pero por otro, ejerciendo de riguroso analista de su ciudad. Su retrovisor histórico no le ha impedido, al contrario, le ha dado alas, para diseccionar la realidad presente y denunciar sus fallos.
Jamás ha tenido pelos en la lengua –sí profusos y señoriales en el bigote– al emitir sus críticas. Certero, erudito, pero sobre todo independiente. Desde hace 35 años lleva defendiendo su estimada ciudad de todos cuantos la infringen, sean trileros, ‘ocellaires’, restauradores, arquitectos, constructores, promotores, políticos, o el mismísimo ayuntamiento, que suele recibir rapapolvos, sea cual sea su pelaje. Tal vez con la excepción de su admirado Maragall.
Permanyer es insobornable, no le gusta el poder, nunca ha aceptado un cargo ejecutivo ni se ha conchabado con ningún partido, estuviese o no en sintonía con sus ideas. Ha mantenido una singularidad realmente incólume, evitando cualquier contaminación que mediatizase su libertad de expresión. No quiere representar a nadie y no deja que nadie se lo apropie. Un gran maestro en su labor y un caballero en el trato, y lo que escasea: un sabio asequible.
Hemos perdido sin duda a un excelente embajador, pero a cambio, Barcelona ha ganado un enamorado defensor acérrimo. El novio ya va por los 82, pero sigue cautivado y alerta.
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