Opinión |
Artículo de Xavier Martínez-Celorrio

Equipamientos públicos 2030

Hemos convertido en rutinario el uso de los equipamientos públicos. El desafío ahora es que encarnen y multipliquen el civismo democrático de la Agenda 2030

La nueva biblioteca García Márquez, en Sant Martí de Provençals, en un edificio espectacular

La nueva biblioteca García Márquez, en Sant Martí de Provençals, en un edificio espectacular / RICARD CUGAT

Xavier Martínez-Celorrio

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La arquitectura es un hecho social y cultural que nos transmite valores, imágenes y metáforas. Los edificios no son simples construcciones de piedra con circuitos invisibles de agua, luz o fibra óptica. Aparte de ser una estructura física, los edificios no son mudos, sino que también “hablan”.

Reflejan y proyectan tanto el espíritu de la época como la identidad colectiva de lo que somos. En particular, los edificios públicos de principios del XX y de la Segunda República fueron proyectados con la monumentalidad del Estado, destacando hospitales, colegios o museos amplios y luminosos, referentes para toda la comunidad.

Muchas veces, situados en medio de entornos urbanos degradados y barrios históricos nada higiénicos. El Grupo Escolar Pere Vila, inaugurado en 1931, cercano al Arc de Triomf de Barcelona y limítrofe con el barrio de Sant Pere-La Ribera, es un buen ejemplo. Su arquitectura transmitía unas metas o misiones sociales, bien captadas y decodificadas por la gente. Hablamos de edificios educadores en los valores de la Ilustración: el saber, la verdad, la justicia y la belleza como patrimonio de todos.

En los últimos 40 años de democracia, en especial, los municipios han ido construyendo edificios y espacios públicos que no existían bajo la dictadura franquista: escuelas infantiles y de adultos, colegios, bibliotecas, ‘casals’ de jóvenes y de gente mayor, teatros, espacios artísticos, polideportivos, centros cívicos y museos. En los últimos años, ‘fab-labs’, ‘cibernarios’ y viveros de innovación. Son auténticos "palacios del pueblo", como ahora dice el sociólogo Eric Klinenberg.

Tras estos 40 años de vida democrática, tenemos una red común de infraestructuras sociales que refleja nuestro Estado del bienestar, o, mejor dicho, nuestra sociedad del bienestar con servicios públicos y de proximidad antaño inimaginables. Son como una nueva Ilustración de recursos comunitarios, pero tan invisibles y normalizados que no despiertan las emociones y el reconocimiento que tenían en el pasado.

Hemos incorporado a la rutina los equipamientos públicos y han perdido su carisma educador, como diría Max Weber. Incluso, algunos hospitales públicos han desplegado enormes carteles en sus fachadas laterales con el concepto “espacio de respeto". Nos recuerdan que la agresividad contra médicos y enfermeras está fuera de lugar en un espacio sanitario, por muchos recortes presupuestarios que haya, que son desesperantes. Ese gesto es educador y transmite una ética pública a todos los usuarios del edificio.

En plena transición hacia 2030, con varias revoluciones simultáneas aún inciertas, nos conviene redefinir qué han de ser los equipamientos públicos y cómo han de socializar los valores de la convivencia del presente y del futuro. Hoy, en tiempos líquidos donde impera el relativismo, los edificios de servicio público han de recuperar nuevos mensajes y valores ilustrados que superen el desencanto posmoderno y proyecten significados alternativos, fuertes y orientadores. 

Supone el reto de recuperar su carisma comunitario y sus funciones éticas, poniendo en valor todo equipamiento público como sostenible y educador en valores. En esa línea cabe felicitar el proyecto Equipamientos Responsables y Educadores 2030 que está desplegando la Diputació de Barcelona en varios municipios, dotado con casi 9 millones de euros

Además de obras genéricas de mantenimiento, aborda un doble objetivo. Por un lado, readecuar las instalaciones con energías renovables, sostenibles y eficientes. Por otro, remarcar sus usos y funcionamiento comprometidos con la inclusión, la diversidad, la violencia cero, la cogobernanza, la interculturalidad o la igualdad de género. Serán evaluados en tres niveles de logro hasta conseguir un sello distintivo como equipamientos ambiental y socialmente responsables que cumplen y educan en los objetivos de la Agenda 2030.

Vox está en contra de los derechos humanos y de la Agenda 2030, que ven como una conspiración. Como decía Don Quijote: "Ladran, luego cabalgamos". Proyectos innovadores como el de la Diputació de Barcelona revitalizan los equipamientos como multiplicadores del civismo democrático, dejando en herencia a las futuras generaciones unos espacios públicos ejemplares en sostenibilidad social y ecológica. Todo un desafío transformador.

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