La OTAN apunta a una guerra de años en Ucrania
Parece evidente el interés de Rusia por alargar el conflicto buscando la victoria por extenuación
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, pronostica que la guerra en Ucrania va a ser larga. De hecho, visto desde la óptica rusa -cuando Vladmir Putin calculaba que en cuestión de días podría derribar a Volodímir Zelensky y colocar en Kiev a un títere a su gusto-, ya lo está siendo. En todo caso, cuatro meses después del inicio de la invasión, y aunque conserve Crimea y siga avanzando (muy lentamente) en el Donbás, Moscú está muy lejos de la victoria. Igualmente lo está Kiev, más limitado en recursos humanos y materiales para hacer frente a una amenaza existencial.
Hoy ninguno de los dos bandos está en condiciones de alcanzar un resultado definitivo a corto plazo. De hecho, Rusia ha ido rebajando su nivel de ambición para quedarse en un punto en el que, sin haber logrado nunca el dominio aéreo, se limita a acciones ofensivas que buscan controlar la totalidad del óblast de Lugansk, con Severodonetsk y Lysychansk como puntos de referencia principales. Tampoco ha logrado cortar los suministros que Ucrania recibe desde el exterior, principalmente desde Polonia, y ha tenido que alejar sus buques de la costa en los mares de Azov y Negro por el aumento del arsenal antibuque del que Kiev dispone actualmente. Y cuando ya se confirman ataques ucranianos contra plataformas marítimas rusas en Crimea, se abre en el horizonte la posibilidad de que también el vital puente sobre el estrecho de Kerch, que une a Rusia con Crimea, pueda estar también muy pronto bajo el alcance de misiles ucranianos.
Por su parte, Ucrania no solo resiste, sino que, gracias a los crecientes suministros recibidos desde el exterior, está en condiciones de complicarle aún más los planes a Moscú con contrataques más o menos resolutivos en las zonas de Jersón y Járkov. Aun sin los aviones y los carros de combate que vienen demandando desde hace tiempo, los lanzadores múltiples y los cañones y obuses autopropulsados que ya están en condiciones de operar le están permitiendo atacar no solo a las unidades rusas de primera línea, sino también a sus retaguardias y reservas, frustrando buena parte de sus operaciones ofensivas. A eso se añade el anuncio de una nueva ronda de suministros estadounidenses y la oferta realizada por el primer ministro británico, Boris Johnson, de instruir a 10.000 soldados ucranianos cada cuatrimestre.
El mismo Johnson que ha sintetizado en tres pasos el sentir occidental con respecto a la guerra: preservar su existencia como Estado soberano, garantizar que reciba “armas, equipos, municiones y capacitación más rápidamente que el invasor y desarrollar su capacidad para utilizar nuestra ayuda” y asegurar un apoyo sostenido para desarrollar rutas terrestres alternativas, impidiendo el dominio ruso sobre su economía.
En esas condiciones, mientras Rusia, ya mirando al otoño, se muestra dispuesta a mantener el bloqueo a las exportaciones navales de cereales ucranianos y a restringir el suministro de hidrocarburos a los países europeos occidentales, parece evidente su interés por alargar la guerra buscando la victoria por extenuación. Cree contar a su favor con su superioridad en recursos humanos y materiales, con los crecientes ingresos por la venta de hidrocarburos (China ya es su primer cliente), con el cansancio de los gobiernos que se han colocado en su contra, con la presión de las sociedades occidentales contra sus propios gobernantes por los perjuicios causados por su oposición a Moscú y con su propio desprecio del derecho internacional. Veremos.
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