APUNTE
El ataúd olímpico
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Alejandro Blanco / COE
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Albert Guasch
Periodista
Si nos pusiéramos facilones con la crítica diríamos que cuando la política interfiere en el deporte las posibilidades de estropear las cosas se multiplican exponencialmente. Pero no tiene por qué ser así. A veces, con la política involucrada hasta las cejas, los propósitos se cumplen. Por ejemplo, pronto empezaremos todos a conmemorar los 30 años de los Juegos Olímpicos de Barcelona, imposible sin el consenso político que se logró forjar entonces. Era buena política.
Los Juegos de Invierno ya no se celebrarán en el 2030 en los Pirineos por la interferencia de la mala política, de un presidente autonómico que decidió desoír a sus propios técnicos para subirse a una carrera electoral sobre la locomotora de la catalanofobia, o algo semejante a eso, a la que nunca parecen faltarle conductores en la política española, dicho sea de paso. Debe ser rentable.
El COE que preside Alejandro Blanco pondrá hoy oficialmente los clavos al ataúd del proyecto y quizá empezará a concebir otro para más adelante, sin forzar parejas que no quieren estar juntas. Faltará ver quién quiere de verdad, porque a este lado del Ebro el entusiasmo olímpico tampoco ha sido desbordante precisamente.
Sin desgarro
Las cautelas han estado a la orden del día, los opositores han sido más ruidosos que los partidarios, y da la sensación de que los que mandan en las principales instituciones sienten en su fuero interno más alivio que decepción. Alguien les ha quitado el muerto de encima sin mancharse las manos.Por aquí no hay mucha claridad sobre cómo comportarse ante los grandes acontecimientos deportivos, en particular los de una dimensión masiva e impacto territorial.
No se esperan, pues, muchas lágrimas sinceras por el cierre de la carpeta olímpica. No se descarta alguna sobreactuación, pero sin desgarro. Un par de días más de declaraciones enfadadas y acusaciones cruzadas, y a correr. Mejor mirar a Girona, donde la buena organización y la persistencia han disparado la alegría y la autoestima. Se viven en la ciudad las incomparables emociones que puede proporcionar el deporte. Lástima que no lo sepan ver algunos políticos.
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