Ucrania, cuando 100 días son mucho
Se han vuelto a repetir frecuentes violaciones del derecho internacional humanitario, con ataques indiscriminados contra la población civil, deportaciones masivas y uso del hambre como arma de guerra.
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Ejército ruso sigue avanzando en las zonas de Járkov en Ucrania / Esteban Biba
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Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Vistos desde fuera, y comparados con otras guerras que han durado años, pueden parecer pocos los 100 días transcurridos desde el arranque de la invasión rusa de Ucrania. Pero para quienes la sufren en primera línea resulta un plazo que ha bastado para provocar un cambio radical en su existencia, tanto si se piensa en las personas que han perdido la vida o han resultado heridas (decenas de miles) como en las obligadas a abandonar sus hogares (no menos de 15 millones). Ucrania es, sobre todo, una tragedia humana irreparable, en la que se han vuelto a repetir frecuentes violaciones del derecho internacional humanitario, con ataques indiscriminados contra la población civil, deportaciones masivas y uso del hambre como arma de guerra.
Igualmente, ha sido un plazo suficiente para desmontar radicalmente la aureola de estratega con la que se solía identificar a Vladímir Putin y la imagen de poder absoluto con la que se asociaba generalmente a las fuerzas armadas rusas. Los errores cometidos hasta ahora por Moscú dejan a Rusia en una situación muy difícil. Por un lado, es un hecho que en estos últimos treinta años no ha logrado atraer amistosamente a su órbita a ningún vecino que perciba a Rusia como un modelo a seguir. Por otro, corre el riesgo de salir derrotado de Ucrania, lo que no solo le supondría la imposibilidad de ser reconocido como una potencia global, sino que incluso puede arrastrarlo a una larga etapa de desestabilización y penuria internas.
Por su parte, el brutal impacto de la invasión ha supuesto para Ucrania un reforzamiento de su identidad nacional, sin que eso suponga la superación definitiva de la fractura estructural interna que la define, mostrando una capacidad y una voluntad de resistencia ejemplares. Sin suavizar en modo alguno el nivel de la destrucción acumulada hasta ahora es un hecho que las fuerzas armadas ucranianas no solo han logrado desbaratar los planes de Moscú -incluyendo su intento de tomar Kiev en los primeros días y derribar a Volodímir Zelenski-, sino que también han lanzado exitosos contraataques en los alrededores de Járkov y, más recientemente, de Jersón.
Simultáneamente, en solo tres meses se ha producido una impresionante aceleración de procesos que parecían ayer muy lejanos. Sirvan de ejemplos la aplicación de seis rondas de sanciones contra Rusia aplicadas por la Unión Europea, en un ejercicio que ha logrado superar las fracturas internas, el giro estratégico de Finlandia y Suecia para integrarse en la OTAN o el cambio de posición de Dinamarca con respecto a la Política Común de Seguridad y Defensa de la Unión Europea. En esa misma línea se suceden los compromisos de diferentes gobiernos de los Veintisiete para incrementar notablemente sus presupuestos defensa y la expulsión de Rusia de organizaciones internacionales de todo signo.
La guerra no tiene visos de solución a corto plazo y Rusia sigue teniendo más bazas para imponer finalmente su dictado, aunque sea a costa de arruinar el poco crédito internacional que aún le queda. Y así, mientras Ucrania empieza a soñar con una victoria imposible y Rusia amenaza con cruzar el umbral nuclear como último recurso, unos proponen que Zelenski debe ceder parte de su territorio para permitir una salida a Putin que evite el suicidio colectivo y otros siguen debatiendo si se debe o no suministrar armas a quien se está jugando su propia existencia por decisión de un aventurero militarista. Entretanto, también ha dado tiempo a comprobar que la ONU sigue marginada.
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