Shakespeare contra Shakespeare
'Lamansi(pa)ment de les fúries', de Carla Rovira, es una adaptación moderna, feminista y antirracista del clásico entre los clásicos 'La fierecilla domada'
Tiene que casar a la hija pequeña, que es dulce toda ella, y joven, y mansa, la esposa perfecta, la mujer que todos quieren, desean… pero antes, oh padre, tiene que casar a la hija grande, una bestia, una mala bestia que se rebela contra todo y todo el mundo, incluido su destino: el matrimonio. El destino compartido por todas las mujeres: las dulces y las furias. Los dos personajes van cargados de prejuicios, la hija grande y la pequeña, Caterina y Bianca. Concretamente, los prejuicios de Shakespeare, que son los prejuicios de la sociedad, que son unos prejuicios que arrastramos hasta hoy. Porque Caterina, la hija grande, la mala bestia, es la feminista de hoy: la mal follada, la feminazi, la histérica, la mandona. No nos gustan, porque nos confrontan. Caterina es todas aquellas mujeres que dicen basta y se rebelan. Y es en este preciso momento, cuando toma la palabra, que el entorno la percibe como una amenaza. Y la amenaza, según la época, comporta unas consecuencias u otras.
Este es el punto de partida de 'The taming of the shrew' ('La fierecilla domada'), de William Shakespeare, y también es el punto de partida de 'L'amansi(pa)ment de les fúries', de Carla Rovira. Es compartido, el punto de partida, porque lo que hace Rovira es una adaptación moderna, feminista y antirracista del clásico entre los clásicos. Los finales, sin embargo, no pueden ser más diferentes: porque Shakespeare nos condena, a las mujeres, y Rovira nos libera. Nos libera de los prejuicios de la época, que todavía hoy colean, y Caterina ya no es la mala bestia que se rebela, sino la chispa de una alianza: la feminista. Y entonces, oh padre, no hay nada que hacer, porque es un canto a la liberación individual y colectivo, al respeto y la toma de conciencia, desde una perspectiva inclusiva y revolucionaria, porque no es autocomplaciente.
Carla Rovira dice que no es ella quien ha matado a Shakespeare, que murió hace cinco siglos; lo que sí que hacemos es no tragarnos una obra sin filtros y con aquel posado de respeto que hacen los clásicos. De acuerdo, pues: no mataremos, más de lo que ya está, el shakespearismo, pero, oh padre, ¡larga vida a Rovira!
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