Guerra en Ucrania
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El precio de nuestra libertad

El esfuerzo económico que implica apoyara Ucrania y aplicar nuevas sanciones a Rusia es necesario y debe ir seguido de amplios acuerdos políticos

Una mujer lleva a su gato mientras pasa por delante de los edificios destruidos por los bombardeos rusos, en Borodyanka, en la región de Kiev, Ucrania, el 5 de abril de 2022.

Una mujer lleva a su gato mientras pasa por delante de los edificios destruidos por los bombardeos rusos, en Borodyanka, en la región de Kiev, Ucrania, el 5 de abril de 2022. / REUTERS/ZOHRA BENSEMRA

La guerra de Ucrania nos interpela desde muchos puntos de vista. El más inmediato es el horror de las imágenes que llegan de Mariúpol, Bucha y otras poblaciones cercanas a Kiev, donde los soldados de Putin han dejado un rastro de devastación y muerte que podría constituir un crimen de guerra. El otro es el éxodo precipitado de más de cuatro millones de ucranianos al que hay que sumar el desplazamiento interno de otros seis millones. Ello supone que uno de cada cuatro ucranianos, la inmensa mayoría mujeres y niños, han intentado huir de la guerra. Se trata de una catástrofe humanitaria sin precedentes que supondrá un coste de más de 30.000 millones de euros para los países receptores y la Unión Europea, solo para el año 2022. Toda invasión de un país por otro, además de constituir una vulneración de las normas básicas del derecho internacional tiene un coste. En primer lugar, para quienes la padecen, en este caso, los ucranianos, pero también para la población del país invasor, los ciudadanos rusos cuya maltrecha y empobrecida economía sufrirá un descalabro sin par de continuar la ofensiva de Putin y las sanciones. Es lógico, por lo tanto, que muchos ciudadanos se pregunten, en España y en los otros países que apoyan a Ucrania, si merece la pena el esfuerzo económico que implica esta actitud, que se suma al que hubo que hacer recientemente durante la pandemia. 

Nuestra respuesta es afirmativa, no solo por el horror que nos sacude a diario, o por la solidaridad que nos interpela ante la emigración de millones de ucranianos. Entendemos que hay que contribuir a la defensa de la soberanía de Ucrania porque en ella se juega nuestra propia libertad. No solo la de los ucranianos. Como todas las guerras, esta se presenta envuelta de una gran complejidad histórica y geopolítica, que merece ser tenida en cuenta, pero sin que ello sirva de excusa para eludir su significado principal: el de una agresión contra un pueblo libre para someterlo a los intereses expansionistas y a la concepción política de una dictadura. De ahí que el coste de esta guerra sea el precio que estamos dispuestos a pagar por nuestra libertad, porque en el mundo en el que vivimos, una victoria cómoda de Rusia hubiese supuesto un aliento para todas las dictaduras y una muestra de debilidad de las democracias.  

La guerra esta suponiendo un elevado coste para España, en términos de inflación, de falta de materias primas procedentes de Ucrania o de Rusia, y de afectación de nuestras exportaciones. Si la ofensiva prosigue o incluso se recrudece en los próximos días -como parece indicar el reagrupamiento del Ejército ruso en el este del país-, ello conllevará no solo más sufrimiento para los ucranianos y mas empobrecimiento para los rusos, sino más sanciones, más refugiados y la necesidad de más ayuda humanitaria y militar a Ucrania. Un coste más elevado del que hemos pagado hasta ahora, y que debemos estar dispuestos a asumir. La decisión de la Comisión Europea de estudiar la exclusión el carbón del comercio con Rusia nos parece, en ese sentido, una medida necesaria, que deberá extenderse al gas ruso si Putin lanza otra ofensiva. La práctica unanimidad que se produjo en el Congreso de los Diputados durante la comparecencia del presidente Volodímir Zelenski es una señal positiva de la disposición de España a contribuir a este esfuerzo, aunque debe ir seguida de amplios acuerdos políticos para hacer frente a la guerra. Como dijo la presidente del Parlamento, Meritxell Batet, al despedir a Zelenski, todos debemos sentirnos ucranianos porque en Ucrania nos jugamos hoy nuestra propia libertad y el destino de Europa.