Décima avenida

Bye, bye, Londongrad

Los oligarcas rusos dejan Londres, caídos en desgracia después de haber disfrutado de todas las alfombras rojas que les ha puesto la vieja Europa

Roman Abramovich y Al Khelaifi

Roman Abramovich y Al Khelaifi

Joan Cañete Bayle

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Mientras Kiev resiste los zarpazos del Ejército ruso y Mariúpol amplía nuestra cartografía de ciudades mártires, Londongrado se tambalea. Ya hace días que la prensa anglosajona certifica –quién sabe si de forma prematura– el desplome de Londongrado, el reino de lujo, dinero y poder (perdón por la redundancia) de los oligarcas rusos en la capital británica. El libro de 2010 Londongrad: From Russia with Cash; The Inside Story of the Oligarchs, de Mark Hollingsworth y Stewart Lansley es la crónica de cómo la élite económica rusa se aposentó primero y controló después el Londres del lujo. McMafia, que puede verse en Amazon Prime, vendría a ser una versión en formato serie de la misma historia, aunque la realidad, como suele, no tiene competencia.

Dinero, a los oligarcas que se instalan en Londres, les sobra. Clase, buen gusto, distinción, títulos nobiliarios y amistades entre los royals, no tanto, y a pesar de que compraron todo lo que pudieron y más, hay cosas que simplemente se tienen o no se tienen. Roman Abramovich, uno de los rostros más conocidos entre los vecinos de Londongrado, simboliza ahora su caída, oligado a vender un Chelsea que tras invertir decenas y decenas de millones logró ganar un par de Champions. Cuenta la prensa británica que el mercado inmobiliario de lujo en Londres anda desbaratado, inundado de mansiones que se han puesto en venta antes de que sea demasiado tarde. No cabe preocuparse, ironiza The Economist: otros ricos extranjeros ocuparán el espacio que deja el dinero ruso. Igual son los petrodólares de los países del Golfo, de Londongrado a Al-Londres, gracias a ese dinero que compra equipos de fútbol (PSG, Manchester City) y mundiales de fútbol que todo el mundo sabe que se jugarán en estadios literalmente construidos con sangre en las manos. Y no pasa nada.

La pataleta

Eso sí, nunca pasa nada hasta que pasa. Veo la pataleta de Nasser Al Khelaifi en el Bernabéu y fantaseo con que la raíz profunda del arrebato del perdedor más rico del mundo del fútbol es que siente que se le acaba el tiempo. A los oligarcas amigos de dictadores los toleramos, agasajamos y reverenciamos mientras los miramos con nuestras gafas amarillas de la felicidad: nos reparten unas migajas de sus fortunas, fichan a cracks para nuestros equipos y de lejos podemos admirar sus yates cuando paseamos por las bocanas de nuestros puertos urbanos. Pero cuando se les va a la mano (y a un dictador, la mano se le suele ir tarde o temprano, contra propios o contra ajenos) a veces nos da por ponemos las gafas rojas de sangre y entonces es como si nos hubieran quitado la venda: los vemos como en realidad son, zafios, horteras y cómplices imprescindibles de regímenes criminales y liberticidas.

Imagino a Al Khelaïfi amenazando de muerte a un empleado del Real Madrid porque en su fuero interno no sabe si el año que viene a su emir no se le habrá girado la tortilla, y le habrá dado por invadir a algún vecino, o por bombardear en casa ajena o a por reprimir en la propia. Al Khelaifi ve a Abramovich abandonar Londres y sabe que él puede dejar de ser parisino con la misma facilidad, un día brillas más que la Torre Eiffel y al otro eres un apestado, no solo el mayor loser del mundo del fútbol sino la mano derecha de un régimen non grato.

Espejo deformado

En realidad, Al Khelaifi y Abramovich son el espejo deformado de nuestra vieja Europa, que ha deslocalizado casi todo, incluida su alma, pero mantiene el savoir faire de lo que fue, como los libros de segunda mano, los vinilos en los tiempos del streaming y el reinado del fútbol de clubes. A los dos se les ha perdonado todo por dinero, pero el amor es interesado, Al Khelaifi no puede alegar ignorancia mientras contempla cómo en los jardines de las mansiones de Londongrado se cuelga el cartel de For Sale.

Tampoco pueden alegar ignorancia quienes venden las casas, les guardan las mejores mesas de los restaurantes, reparan sus yates, ingresan sus cheques, les engarzan sus mejores diamantes, les extienden las alfombras rojas, les legislan leyes a medida y aplauden sus fichajes para el club de su vida que pasará de flirtear con el descenso a la Champions en un par o tres de temporadas. Con los dictadores y sus oligarcas hay pocos ignorantes y sí muchos ciegos, sordos y mudos de gruesas billeteras, que Schröder no es nombre de un entrenador de fútbol.  

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