Opinión |
Pros y contras

Vivir siempre en una alarma permanente

Se trata del estado de desazón cotidiano que significa vivir a la expectativa, sin bajar la guardia. Pensamiento y vigilancia. Ante peligros y mentiras, coerciones y violencia

pere portabella

pere portabella / EFE

Josep Maria Fonalleras

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Hablé hace una semana del doctorado 'honoris causa' que recibió Pere Portabella en la Universitat de Girona. Insisto en ello, porque en el transcurso de los actos de homenaje que recibió (elogios, exposiciones, lecturas contemporáneas de su obra) el cineasta formuló un discurso –breve, intenso, a sus 95 años– que nos ilumina. "La cultura", dijo, "es el espacio vital más significativo, porque es donde somos capaces de pensarnos a nosotros mismos". Poco después de decir esto, la misma pianola que sale en 'El silencio antes de Bach' se movía en medio del público, como si danzara, mientras emergían las 'Variaciones Goldberg' del compositor sin el cual “Dios estaría disminuido”. Poco después, Portabella añadió: "En la rutina diaria, hemos de vivir en estado de alerta". No en “un” estado de alerta, que nos viene impuesto por el poder, sino el estado de desazón cotidiano que significa vivir a la expectativa, sin bajar la guardia. Pensamiento, por tanto, y vigilancia. Ante peligros y mentiras, coerciones y violencia. Vivir siempre en una alarma permanente, sin dejar de escuchar cómo la pianola, ella sola, impone la belleza en una rutina que también implora por la perfección de las formas.

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