Debate ciudadano

Madrid no tiene playa debajo de los adoquines

Madrid tuvo sus cumbres con Tierno Galván y la Movida. Parecía París en los años 60 cuando había arena de playa debajo de los adoquines. Aquel Madrid era alegre, tolerante y esperanzado. Después se acható bajo los gobiernos de las ranas de Esperanza Aguirre y de empresarios que amasaron su fortuna en el franquismo

Madrid tuvo sus cumbres con Tierno Galván y la Movida. Parecía París en los años 60 cuando había arena de playa debajo de los adoquines. Aquel Madrid era alegre, tolerante y esperanzado. Después se acható bajo los gobiernos de las ranas de Esperanza Aguirre y de empresarios que amasaron su fortuna en el franquismo

Catedral de la Almudena al atardecer

Catedral de la Almudena al atardecer / JOSÉ LUIS ROCA

Ramón Lobo

Ramón Lobo

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Nací en Lagunillas (Venezuela) de madre británica, abuela francesa y abuelo luxemburgués. Vivo en una doble extranjería, de genes y escogida. Mi ciudad imaginaria se nutre de parques, avenidas, bares, museos y voces de otras que visité. Vivo en Madrid desde 1959. Soy hijo, nieto y biznieto de madrileños, y así hasta seis generaciones. Pese a esta impronta de la que estoy tan orgulloso siempre envidié la modernidad urbanística e intelectual de Barcelona, el diseño de sus calles, el aroma a mar y el 'seny'. Parecía un lugar amable y sin prisa. 

Madrid tuvo sus cumbres con Enrique Tierno Galván y la Movida. Parecía París en los años 60 cuando había arena de playa debajo de los adoquines. Aquel Madrid era alegre, tolerante y esperanzado. Después se acható bajo los gobiernos de las ranas de Esperanza Aguirre y de empresarios que amasaron su fortuna en el franquismo. Forman un capitalismo de bajura, con numerus clausus (solo para amiguetes), salpicado de trampas. Lo dice la Audiencia Nacional.

Madrid perdió color de la mano de una derecha franquista que lleva siglos de viaje al centro con el GPS averiado. La superabundancia de cemento y la escasez de árboles es un reflejo de la grisura dominante. Manuela Carmena fue un accidente, un fogonazo. Quedan los atardeceres, la luz velazqueña hasta que la privaticen. Y esperar un milagro electoral en mayo de 2023.

Una ciudad enfadada

Padecemos una doble pandemia, la del covid, y la suma de José Luis Martínez Almeida e IDA (no es insulto, se trata del acrónimo de Isabel Díaz Ayuso). El alcalde no tiene otro plan que sobrevivir en la guerra entre los dos PP: el que piensa y siente como Vox y el que no piensa, que es el de Pablo Casado. 

Madrid suprimió en los años 60 del siglo XX sus bulevares para favorecer el tráfico. Los carriles liberados fueron ocupados por la segunda fila. Perdimos tranvías, ganamos atascos, humo y mala leche. Hoy es una ciudad enfadada, de claxon fácil, que ha perdido flema en favor de la turistización: el centro parece un parque temático de tiendas con rótulos en inglés y productos basura. El comercio de barrio, el que da los buenos días, ha quedado arrasado por las termitas en pantalón corto que se desplazan en Seagway y se hacen selfis con morros de pato delante de monumentos que no miran. 

Madrid ha perdido flema en favor de la turistización: el centro parece un parque temático de tiendas con rótulos en inglés y productos basura

El Madrid de Ayuso, el que tanto gusta a Gerard Piqué, ha heredado el catetismo castizo de Aguirre, su simpleza chabacana. IDA ha puesto en marcha un 'procés' a la madrileña. Copia sus métodos, el lenguaje y los gestos. Hemos pasado del “España nos roba” de Cataluña al “España nos roba” de Madrid. El objetivo es buscar un enemigo al que culpar de todos los males, airear una confrontación permanente alimentada de bulos y medias verdades, e inventarse la historia. Con tanto brío independentista madrileño, Ayuso acaba de confundir León con Castilla. Un desliz grave en aquellas tierras.

Victimismo que atrae votantes

El plan es la construcción de una realidad alternativa propagandeada por unos medios tan amigos como receptivos a las ayudas opacas de la publicidad institucional. Es un victimismo que atrae votantes en una sociedad que prefiere los profetas a los intelectuales, que escoge creer en patrias prometidas en vez de desenmascarar a los impostores.

Para el Almeida de vuelo raso solo existen los automóviles, su moto, los aparcamientos y las terrazas. En la pandemia, la hostelería ha estado por encima de la sanidad, diezmada por un plan salvaje de privatización. Madrid es hoy una ciudad ruidosa y contaminada, un infierno para los peatones. No es libertad, es la ley de la selva, la del más fuerte, el que paga en B. 

Ni Madrid ni Barcelona lo tiene fácil. Nunca seremos Copenhague ni Pontevedra o Vitoria, puntales de la urbe del futuro

Barcelona fue la capital ilustrada de los años 60 y 70 del siglo XX, la patria chica de decenas de escritores del boom latinoamericano. En ella aún se concentran las grandes editoriales y los mejores agentes literarios. Era el templo de la alta cultura. Ahora es un lugar aplastado por un discurso único excluyente que parece condicionar todo. La diferencia con Madrid es que aquí es una cháchara de cuatro políticos sin peso en una ciudad que no cree en las tribus. 

Ni Madrid ni Barcelona lo tiene fácil. Nunca seremos Copenhague ni Pontevedra o Vitoria, puntales de la urbe del futuro. No consiste solo en plantar árboles, construir una red ciclista interconectada, crear parques infantiles y zonas peatonales. Es obligatorio soñar. Los alcaldes no deberían hacer política nacional, su trabajo es mejorar la vida de los vecinos, ser útiles. 

Para salir del charco del 'procés' en el que me he metido, entraré en otro, diré que Madrid supera y superará a Barcelona durante los próximos años en el fútbol de élite. Prepárense, amigos culés: nuevo estadio Bernabéu y Mbappé en el once. Si a Piqué le gusta tanto el Madrid de Ayuso, le cambio la casa ahora mismo. Yo, a la suya; él, a la mía. Y a disfrutar de nuestras pasiones.

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