APUNTE
La metafórica mano de Dios
Josep Maria Fonalleras
Escritor
En una escena de È stata la mano di Dio, el joven Fabietto Schisa comenta a su padre si ve posible que Maradona fiche por el Nápoles. El padre (interpretado por el enorme Toni Servillo) mira al hijo con condescendencia y le suelta una sentencia definitiva: “Estando en Barcelona, ¿cómo quieres que venga a parar aquí?”. Lo dice no solo por la comparación entre las ciudades, sino, se entiende, de manera implícita, por la categoría de los clubes. ¿A quién se le podía ocurrir que dejara el Barça para ir a un equipo sin demasiado pedigrí, como era por aquel entonces la escuadra azul celeste?
Esa escena hoy no tendría ningún sentido, porque la distancia entre ambos no es, ni mucho menos, como en los 80. Y, si no, ya se verá en febrero cuando visitemos el Estadio Diego Armando Maradona. El diez mítico, incluso muerto, ha vuelto a vencer a San Gennaro y también a San Paolo, que es como se llamaba antes el campo.
Un buen plan para estos días
La película de Sorrentino es una delicia, a mitad de camino de su tradicional exceso barroco y conceptual y de la crónica emotiva y alocada a lo Fellini. Una delicia para amantes del fútbol y para los que odian el deporte, porque nos habla de fútbol, por supuesto, pero también de la vida (de las alegrías y las tragedias) que nos arrasa mientras estamos pendientes, en este caso de la cita con Maradona. Es el encuentro con “Dios” el que salva a Fabietto de la catástrofe (cuando antepone – aviso de espóiler – un partido contra el Empoli a un fin de semana en Roccaraso), pero también es la mano de Dios la que le señala el paso de las ilusiones juveniles, de la vida alegre y despreocupada, a la edad adulta, la de la asunción de los sinsabores y la tristeza.
Es un buen plan, el filme autobiográfico de Sorrentino, para que transcurran plácidamente estos días sin liga (a solas con el caramelo del Boxing Day: y vaya 'delicatessen' ese 6 a 3 del City-Leicester, un lujazo). Y lo es porque nos hace reír (cuando un tío anuncia que si Maradona no ficha se suicidará. “Mi ucciderò”, dice, como aquel otro tío de Fellini, en Amarcord, que amenaza con lo mismo si no encuentra a una mujer), porque nos recuerda aquellos años convulsos, con el Pelusa zigzagueante en su vorágine de divinidad y desenfreno, y porque nos plantea que el fútbol está ahí, como telón de fondo, mientras amamos, sufrimos, ansiamos y descubrimos. Mientras vivimos.
Otras películas usan el deporte como excusa para explicar las cosas que nos importan. Es el caso, por ejemplo, de Invictus, o de El matrimonio de Maria Braun. Corre el año 1954 y mientras Alemania gana sorprendentemente el Mundial (se oye per la radio), la chica muere en una explosión. Perece la Alemania de la guerra y nace el milagro económico alemán, la nueva Europa. Y el fútbol está ahí, como una banda sonora. Como ocurre con esta redentora “mano de Dios”, la real (una trampa) y la simbólica (una educación sentimental).
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