Como siempre, no habrá revolución en Alemania
Las dos almas que componen el nuevo Ejecutivo tendrán que llegar a una entente para plantear una estrategia que sea no solo buena para los alemanes, sino también para el proyecto europeo
Ruth Ferrero-Turrión
Profesora de Ciencia Política en la UCM e investigadora sénior en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)
Ruth Ferrero-Turrión
En una conversación de hace algunas semanas, mientras comentábamos los cambios que se avecinaban en Alemania y en la UE tras la salida de Merkel del Gobierno y la llegada de un Gobierno semáforo, un colega afirmó, rotundo: "Como siempre, no habrá revolución en Alemania; los socialistas permanecen en el poder y eso da estabilidad a todo el sistema".
Y así es, a pesar de que, sin duda, existen menos certezas, el sistema de partidos alemán permanece inalterable y desde luego no se ha desestabilizado. Desde una perspectiva comparada, ni el resultado electoral, ni la rapidez con la que se ha conformado el nuevo Gobierno alemán, a pesar de lo novedoso de su composición, nada tienen que ver con la implosión de los sistemas de partidos que se observa desde hace tiempo a lo largo y ancho de la geografía europea. De hecho, todas las previsiones se han ido confirmando. Un tripartito entre socialistas, verdes y liberales, donde la cartera de Finanzas se la llevarían estos últimos y la de Exteriores los verdes, era una afirmación que se podía leer en todas las noticias. De hecho, el tiempo récord en el que se ha constituido el Gobierno, en comparación con otros países como Países Bajos, también es muestra de la solidez del sistema político alemán.
Y esta situación de absoluta estabilidad institucional se da en un momento de cambio de liderazgo político, tras 16 años con Merkel a la cabeza. Un liderazgo que si algo ha dejado son certezas, sin duda, calma en la negociación y una gran ola de conservadurismo a todos los niveles lo que, por cierto, no ha sido beneficioso para el proyecto europeo. Cuesta imaginar un proceso de traspaso de poderes tan pausado como el alemán en un país como España. Muchas son las expectativas que se han puesto sobre el nuevo Gobierno, y, al igual que sucedió con el cambio en la presidencia norteamericana, hay también muchas posibilidades de desilusión.
Durante el último año se ha hablado de la vuelta a las políticas keynesianas, del regreso a una socialdemocracia renovada para enfrentar los nuevos retos que hay por delante. Estamos ante sociedades atravesadas por una grave crisis social y económica en parte como consecuencia del covid-19, pero también fruto de la aplicación de políticas económicas que han priorizado los beneficios frente a la cohesión social, alimentando al capitalismo más descarnado. Así, líderes como Scholz o Biden han sabido leer lo que sus poblaciones demandaban, la puesta en marcha de políticas que pusieran en el centro a la gente. Si en enero fue el turno americano, ahora es Alemania la que abre camino en Europa, ya se verá con qué fortuna.
Los retos que tiene por delante el nuevo Gobierno alemán son de naturaleza diversa, tanto en el ámbito interno como en su acción exterior. Así, la lucha contra la pandemia supone un reto mayúsculo, especialmente en un momento de alta tensión social, como consecuencia de los grupos negacionistas que proliferan y se vuelven cada vez más agresivos. Seguramente se echará de menos a Merkel en sus labores de mediación y mano de hierro a un tiempo. Además, en el plano económico habrá que lidiar con retos tales como la escasez de los suministros o el incremento de la inflación en un momento en el que es más necesaria que nunca la reactivación de la economía y, de nuevo, el gran dilema de la política alemana sobre la política de la expansión o restricción del gasto. En el ámbito de la política exterior, el nuevo Gobierno continuará mirando al Este: las relaciones con Rusia, la situación en Ucrania y la crisis de la frontera oriental en su conjunto requerirán su atención. La cuestión aquí es si responderá igual Scholz que Merkel, lavando y tendiendo la ropa a un tiempo. Y en el ámbito europeo, casi con certeza las dos almas de las que se compone el nuevo Gobierno, la más social y la más liberal, tendrán que llegar a una entente para plantear una estrategia que sea no solo buena para Alemania, sino también para el proyecto europeo, algo que ni Merkel consiguió.
En todo caso, pase lo que pase, a buen seguro que las disputas y los acuerdos en el flamante nuevo Gobierno alemán no serán revolucionarias, pero a estas alturas casi que podríamos conformarnos con que, al menos, fueran un poco más sociales y solidarias de lo que fueron en la era anterior.
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