Opinión |
Área cultural

De las Glòries y el diseño

Los Encants, el Disseny Hub, la biblioteca del Clot, la Farinera y, como satélites, el TNC y Can Framis, convierten a la zona en uno de los polos culturales y sociales de la ciudad

Jordi Puntí

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El pasado fin de semana se celebró en Barcelona el Festival de las Arts Lumíniques, Llum BCN. Durante tres noches, en varios espacios de Poblenou y el 22@ se pudieron ver una serie de instalaciones que jugaban con la luz como fuente de creación artística. Quien iba a la plaza de las Glòries, por ejemplo, quedaba hipnotizado ante las proyecciones que Eugènia Balcells había preparado para la torre Agbar y la fachada del Disseny Hub. Mientras, de reojo, el visitante también se daba cuenta de otra novedad: desde esos días, los coches ya pueden pasar por el túnel de Glòries, al menos en dirección Besòs, y a los resplandores multicolores se les añadía una sensación de calma cósmica.

Las noticias dicen que llevaban siete años con las obras del túnel —y los otorrinos de los vecinos de la zona lo confirman—, aunque la sensación era que los alrededores de Glòries vivían en un bucle de obras perpetuas. Ahora, la disminución del tráfico debería servir para armonizar más un área imposible. Los Encants, el Disseny Hub, la biblioteca del Clot, la Farinera y, como satélites, el TNC y Can Framis, convierten las Glòries en uno de los polos culturales y sociales de la ciudad, añadiendo además los equipamientos del parque infantil y de la Gran Clariana —un espacio que invita a la exploración y, de momento, me atrevo a decir, alejado del turismo.

En medio de esta constelación se encuentra el Museu del Disseny, inaugurado también siete años atrás. Desde entonces programa actividades y exposiciones, perfilando así un discurso sobre el liderazgo que a menudo tuvo Barcelona en la tradición de las artes decorativas, gráficas o del textil. Más allá de los contenidos, hay un detalle que no pasa desapercibido: el Museu del Disseny no tiene (todavía) una tienda de objetos y regalos. Me pregunto si es una declaración de intenciones, en una época en que el 'merchandising' es uno de los reclamos inevitables de todo museo.

Esto me trae a la memoria la tienda de Vinçon. Quizá sólo sea una casualidad infeliz que pasara tan poco tiempo entre la apertura del Museu del Disseny, en diciembre del 2014, y el cierre de Vinçon, medio año más tarde. Pero quizás también podemos verlo como una metáfora de los cambios de Barcelona en la última década. Abierta en 1941 por la familia Amat, Vinçon se había convertido en una especie de museo no oficial del diseño. Ibas allí a comprar, sí, pero también a dejarte sorprender por algún objeto que no sabías que necesitabas, o simplemente a tocar cosas y distraerte. Por su situación en el paseo de Gràcia, Vinçon atraía a los turistas curiosos, pero eran minoría. Yo mismo había llevado a algunos amigos de visita: compraban regalos y les descubría la chimenea del piso de arriba, la espléndida terraza donde podías espiar la fachada posterior de la Casa Milà... Todo esto todavía puede verse —incluso con más esplendor— tras la restauración que realizó la firma Massimo Dutti cuando abrió su tienda, pero ahora es un lugar más exclusivo. Los barceloneses, diría por experiencia, ya no lo pisamos casi nunca.

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