El monstruo no existe
La violencia machista no solo tiene una forma, no actúa siempre igual, no puedes adivinar cuáles serán los siguientes pasos y no siempre puedes anticiparte
Como la criatura que mira debajo de la cama porque tiene miedo, en la violencia machista tampoco existe el monstruo. No, al menos, como nos lo imaginamos. Ni como nos han dicho que nos lo tenemos que imaginar. No existe el agresor de manual. Tendremos que olvidar los manuales, porque sirven de muy poco. Estos manuales se construyeron sobre unas realidades simples, casi literarias, sin matices, sin luces y sombras, y esta construcción colectiva del agresor ha provocado que muchas víctimas ni siquiera se reconozcan como tal: buscan el monstruo debajo de la cama, y debajo de la cama no hay nada.
En el disco 'El mal querer', Rosalía canta y completa el ciclo de la violencia, de víctima a superviviente, y hay unos versos que hablan de esta ausencia debajo de la cama, o al menos de cómo esta presencia del monstruo de manual titila. Amargas penas te vendo / caramelos también tengo. Tampoco la víctima tiene siempre la misma actitud. En el imaginario es siempre sumisa, o siempre una heroína. Este arquetipo del comportamiento de la violencia es nocivo para todo el mundo: para quien lo sufre y para quien lo acompaña desde fuera.
Y este es, diría, el gran acierto de la serie 'Maid'. Porque el agresor no es el monstruo de debajo de la cama. Y la víctima no siempre se atreve a buscarlo allí debajo, pero a veces sí. Y lo estira y estira hasta que lo saca de la oscuridad, y lo mira a la cara. Otras veces, simplemente, no tiene fuerzas ni para poner un pie en tierra. Poder empatizar con los dos en diferentes momentos de sus historias personales nos acerca más a la verdad que todo el imaginario común que hemos tenido durante décadas. La violencia machista no solo tiene una forma, no actúa siempre igual, no puedes adivinar cuáles serán los siguientes pasos y no siempre puedes anticiparte.
La mujer que acompaña a víctimas de la violencia machista, en 'Maid', nos regala una cifra que estremece: de media, volvemos a casa con nuestro agresor hasta siete veces. Siete disculpas, siete perdones, siete vueltas a casa, siete pozos, siete amarguras, siete caramelos. Siete veces mirar debajo de la cama, y siete veces no encontrar nada.
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