Opinión |
Investigación

Hay ciencia más allá del covid

Los científicos vimos como se nos limitaba el acceso a los laboratorios y como partidas de fondos importantes quedaban fuera de nuestro alcance si no hacíamos nada relacionado con el SARS-CoV-2

Uno de los laboratorios de Oryzon en Cornellà

Uno de los laboratorios de Oryzon en Cornellà / SERGIO LAINZ

Salvador Macip

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La pandemia no tan solo ha monopolizado los medios y las redes durante estos meses, sino también la investigación. Ante una crisis de estas proporciones, había que invertir todos los recursos para encontrar una solución cuanto antes mejor, porque estaban en juego muchas vidas. Hemos celebrado en cantidad suficiente los éxitos científicos del último año, fruto de una combinación de cooperación y competición, tanto al lado público como al privado de la ecuación, muy engrasada por una financiación generosa. Pero no hemos hablado tanto de un coste oculto de esta campaña: el frenazo que han sufrido la mayoría de investigaciones no relacionadas con el virus.

Del mismo modo que los médicos han tenido que priorizar a los pacientes de covid-19 y esto ha provocado retrasos en el tratamiento de otras enfermedades, los científicos vimos, primero, como se nos limitaba el acceso a los laboratorios y, después, como partidas de fondos importantes quedaban fuera de nuestro alcance si no hacíamos nada relacionado con el SARS-CoV-2. Las consecuencias no serán tan inmediatas como las que se han sufrido en la atención primaria, pero sin duda el parón tendrá un impacto en campos esenciales.

En este contexto complicado, ha sido especialmente satisfactorio para mi grupo haber conseguido publicar hace unas semanas un trabajo que describe la creación de unas “bombas inteligentes” para localizar y destruir las células viejas que contribuyen a la degeneración que vemos a los tejidos con la edad, y que también aceleran enfermedades como el cáncer o el Alzheimer. Habíamos previsto tenerlo listo hace un año, pero unos experimentos clave quedaron aplazados por culpa del confinamiento. Diseñar fármacos contra el envejecimiento no es una urgencia, está claro, pero es un tipo de intervención que podría mejorar la calidad de vida de mucha gente, una vez se finalicen todas las pruebas. La pandemia habrá retrasado este esperado desenlace, como tantas otras cosas.

A raíz de las interacciones que ha generado nuestro artículo me he dado cuenta de un par de cosas. La primera, que hay mucho más interés por las noticias científicas que antes del covid. Un descubrimiento que iba en la misma dirección pasó sin mucho alboroto mediático cuando lo publicamos en 2019. Ahora, en cambio, me han invitado a hablar en varias emisoras y televisiones con normalidad. El hecho de que estos días hayamos dado el micrófono a los científicos ha provocado que el público le haya perdido el miedo a la complejidad inherente de la investigación biomédica. Por otro lado, muchos periodistas se han sensibilizado con estos temas y se han alegrado de poder contribuir a visibilizar algún adelanto que no estuviera relacionado con el coronavirus. Esperamos que esto ya no cambie y que, a partir de ahora, la presencia de científicos en los medios para presentar descubrimientos relevantes sea habitual.

El otro punto está relacionado con la tendencia que tenemos a simplificar. Un periodista me comentó que si nuestro fármaco completaba todo el proceso de desarrollo, que todavía es largo, mi nombre realmente pasaría a la historia. Me sorprendió porque no lo he visto nunca como una victoria personal: a pesar de ser el jefe visible del proyecto, detrás está el esfuerzo de todo un equipo que, además, se ha aprovechado de descubrimientos previos.

Tendemos a buscar una figura que resuma un movimiento, un descubrimiento, un cambio, cuando la realidad suele ser muy compleja. Lo hemos visto, por ejemplo, con los titulares que hablaban de “la persona que ha creado la vacuna contra el covid” o reducciones similares. Dudo que nadie pueda reclamar este honor exclusivo, cuando la mayoría de hitos científicos tardan décadas y contribuyen centenares de expertos.

Es el mismo problema que tenemos cada año cuando se dan los premios Nobel, un concepto obsoleto que quizás tenía sentido a principios del siglo XX pero que, actualmente, da una imagen distorsionada de lo que es la investigación científica: un proceso cada vez más multidisciplinario y progresivo que se construye a partir de pequeños incrementos que realizan redes de profesionales trabajando coordinadamente desde varios rincones del planeta.

Estoy contento de poder ser uno de los muchos que, diariamente, añadimos un granito de arena a la siempre creciente montaña del conocimiento humano. Mis éxitos (y también mis fracasos) ayudarán a definir uno de los caminos que esperamos que nos lleven hacia un mundo mejor. Quién cruce primero la línea de llegada quizás atraerá todos los flashes de las cámaras, pero no habrá llegado allá solo por méritos propios, porque la ciencia es, sobre todo, un trabajo de equipo. Y lo digo siempre: es el mejor trabajo del mundo.

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