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Una campaña en mínimos
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Turismo en busca de confianza

Aún hay margen para salvar lo que queda de año. Pero lo sucedido este julio y agosto demuestra la necesidad de generar sensación de seguridad

Gente paseando por la Rambla de Barcelona

Gente paseando por la Rambla de Barcelona / FERRAN NADEU

La quinta ola del covid no ha devuelto a Barcelona, y a los principales destinos turísticos españoles, al panorama desolador de los peores momentos de la pandemia, ni mucho menos. La situación epidemiológica no es la misma. Las barreras a la movilidad, al menos en Europa, se han ido levantando progresivamente. Y gran parte de los potenciales visitantes ya han optado por adaptarse a un nuevo entorno e intentar hacer compatible las precauciones contra el virus y la recuperación, en lo posible, de la normalidad. Pero sí es cierto que la vaticinada recuperación de la actividad turística se ha quedado, tras un julio que ha ido de menos a más y un agosto por ahora bajo mínimos, muy lejos de los objetivos marcados.  

Las perspectivas del ministerio de Industria, Comercio y Turismo de recuperar este verano el 50% de las visitas internacionales del periodo precovid (y el 70% a final de año) parece que están lejos de hacerse realidad, de no acabar el verano con un nivel de ocupación similar al de la situación previa a la pandemia, algo altamente improbable. En el caso de Barcelona, según la valoración del Gremi d’Hotels, la situación va más allá y se da el año por «perdido». 

Quizá se deba considerar que Barcelona, un destino que durante años ha tenido el viento a favor en un contexto que favorecía el turismo urbano (alimentado por los vuelos económicos, los congresos, la oferta de restauración...), juega en cambio con peores bazas en la situación actual. En ella, las ofertas basadas en la naturaleza y el aire libre han ganado atractivo. Precisamente la situación de los hoteles en la capital catalana no invita precisamente al optimismo: con un 40% de la planta hotelera en funcionamiento y cerca del 40% de ocupación en estos establecimientos que han abierto sus puertas, en las últimas semanas han pernoctado en la ciudad el 20% de los visitantes que lo hacían, por las mismas fechas, antes de la crisis del covid.

Durante el mes de junio, el debate público que precedió a la relajación de las medidas que permitieron la reactivación del ocio nocturno –a pesar de los indicadores alarmantes que llegaban del Reino Unido sobre la variante delta del virus– se planteó, de nuevo, en unos términos que se han vuelto a demostrar engañosos. La contraposición, como si fuesen contradictorias entre sí , si no incompatibles, entre las medidas de precaución necesarias para frenar la expansión del covid y la necesidad volver a poner en marcha sectores económicos especialmente golpeados como el turismo, la restauración y el ocio nocturno. La retracción de la afluencia de turistas, y la moderación de la movilidad del visitante nacional que debía compensar al internacional, ha seguido el mismo compás que el empeoramiento de los datos epidemiológicos (y la proliferación de disuasorias escenas de irresponsabilidad).

La tendencia ya consolidada a reducir la anticipación con que se planean las vacaciones, rozando ya la práctica del 'last minute', se ha acentuado en una situación volátil como la que estamos viviendo. Es un arma de doble filo:las malas noticias pueden arruinar previsiones, pero también dejan un margen abierto a atraer visitantes de última hora si las cosas se hacen bien. Aún hay margen para salvar la situación en lo que queda de año. Por lo menos, en un grado que permita mantener en pie el sector para cuando llegue una recuperación completa. Siempre que se entienda que las garantías de seguridad y confianza son, hoy, tan necesarias como la mejor oferta de ocio o la más intensa campaña de imagen.