¿Adónde va Pablo Casado?
Interesa preguntarnos por las razones que explican algo que muchos jamás pensamos presenciar: la derecha española enrabietada con los patronos y los curas
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
Antón Losada
Que usted o yo nos estemos haciendo esa pregunta no significa que el líder popular carezca de una respuesta. Que nos cueste entenderlo no implica que Pablo Casado no tenga un plan. Debe haber alguna razón para que el líder de la derecha de orden, la única posibilidad real de alternancia viable hoy en España, presione a la patronal hasta hacer llorar a su patrón por decir algo tan obvio como que, si los indultos arreglan algo, bienvenidos sean; o para que le recuerde a la Iglesia, al más puro estilo Corleone, los favores que podría cobrarse respecto al matrimonio gay o la enseñanza concertada. Además de pasmarnos, interesa preguntarnos por las razones que explican algo que muchos jamás pensamos presenciar: la derecha española enrabietada con los patronos y los curas.
La primera razón puede residir en que Casado ha visto algo que los demás no alcanzamos a vislumbrar. Puede que le mueva el firme convencimiento de que, a pesar de lo que diga la historia de su partido, para ganar las elecciones no solo no hay que ir al centro, sino que ahora conviene tirarse al extremo; cuánto más, mejor. En tal caso, a Casado le movería la fe visionaria de los conquistadores cuando abandonan la comodidad de las tierras ya exploradas en busca de fama y fortuna. Eso explicaría no solo que desdeñe la necesidad de mantener bien engrasadas las relaciones con los actores que influyen, representan y movilizan a su base más tradicional, sino su insistencia en confrontar con ellos públicamente para hacer llegar más nítido su mensaje a los millones de votantes que cree le observan desde lo inexplorado a la derecha de la derecha.
Para dar credibilidad a semejante expedición, resulta una bendición que las cabezas visibles de la derecha moderada, como Núñez Feijóo, sientan la necesidad de abandonar el confort de la sutileza para recordarle que la guerra civil fue un golpe de Estado, no una contienda entre quienes querían democracia sin ley y quienes querían ley sin democracia. O que el mercenario Villarejo, siempre listo para servir al mejor postor, haya recordado de pronto lo malo que eran Mariano Rajoy, el ‘marianismo’ y toda aquella camada de funcionarios sin sangre. Ya no se viaja al centro, se reniega del centro porque a Casado le guían los valores eternos de la derecha auténticamente española, la que ni pacta, ni concede.
Puede que el líder popular tenga razón y la mayoría se halle ahora donde usted o yo únicamente vemos al grillado de la cabeza de toro de la plaza de Colón, a Rosa Díez y sus cinco minutos de fama, a los troles de Vox señalando a editores que usan el humor para desnudar sus miserias o a algún juez dispuesto a amparar tales señalamientos públicos en nombre de la libertad de expresión. Puede que acierte al creer que, de la pandemia, sale un país donde la mayoría social prefiere el conflicto al acuerdo siquiera en las cosas de comer, el insulto al discurso y al debate, el melodrama a la comedia familiar, el odio a todo cuanto viene de fuera, piensa diferente, siente diferente o ama diferente a vivir y dejar vivir. Sinceramente, no lo creo. Pero aunque lo clavase, más le valdría haberse equivocado. Si la mayoría realmente quiere a un matón tiene difícil competir con Santiago Abascal y ganar.
También puede existir una segunda razón. Tal vez Casado no esté yéndose al extremo porque crea que allí se ganan las elecciones, sino porque sabe que es donde puede perder a su partido. La victoria de Díaz Ayuso en Madrid demostró que se puede ganar a Pedro Sánchez y ella tiene una fórmula. La salida en público de Aznar a festejarla como el fenómeno político de la temporada indica que hay gente en el partido dispuesta a hacer algo al respecto.
Hoy a Casado no le preocupa tensar la cuerda con la patronal o los obispos porque sabe que mañana podrá arreglarlo; dónde van a ir que los quieran más. Lo que le inquieta hoy es perder la confianza de los suyos porque eso no tiene arreglo. Casado intenta ocupar todo el espacio a su derecha para cerrarle el paso a Díaz Ayuso. No anda buscando convencer a la mayoría que necesita para ser presidente del gobierno. Busca que no reviente el equilibrio interno que le hizo candidato.
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