Homenaje a Xavier Folch

La discreción entusiasta

Era un editor sin vanidades o envidias: sabía escuchar y dejaba el protagonismo a los demás

Xavier Folch

Xavier Folch / WIKIPEDIA

Jordi Puntí

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Ha fallecido Xavier Folch, editor y amigo. Lo recuerdo en su despacho, sentado a mi lado para evitar formalidades mientras me enseña un manuscrito que pronto publicará. Lo recuerdo comiendo en el Quo Vadis de la calle del Carme: la conversación pausada y, de repente, una chispa juguetona en sus ojos que anticipaba una anécdota, una crítica, una primicia literaria. Nunca levantaba la voz, sus palabras surgían con una calma meditada, y transmitía siempre una discreción entusiasta. O un entusiasmo discreto. Hablábamos de las novelas de Daniel Pennac y los cuentos de J.D. Salinger, de la sabiduría de Guardiola y las filigranas de Ronaldinho (era un culé sensato).

También era un editor sin vanidades o envidias: sabía escuchar y dejaba el protagonismo a los demás. Lector afinado, curioso, que hacía catálogo —y qué catálogo— sin hacer ruido. La editorial Empúries es clave para la evolución del ensayo lingüístico en catalán (Joan Solà o Jesús Tuson, entre otros) y para la narrativa de aquí y de fuera. Tampoco se entiende la poesía de los últimos 40 años sin el impulso de la colección Migjorn, con títulos de Joan Vinyoli, Joan Brossa o Blai Bonet, y el enlace posterior con autores como Enric Casasses o Albert Roig.

¿Qué títulos leí gracias al oficio de Xavier Folch? Tantos que no hay lugar para citarlos a todos. Pero en la lista tienen que salir 'En quarantena', de Narcís Comadira; 'Botxenski i companyia', de Josep M. Fonalleras; 'La construcció del sentit', de Dolors Oller; 'Carrer Marsala', de Miquel Bauçà; 'Una casa per compondre', de Núria Perpinyà, o 'Verbalia', de Màrius Serra.

Como editor de mis libros, Xavier Folch siempre me transmitió complicidad. No se imponía, pero notabas su interés y aprovechaba cualquier encuentro para darte aliento. Últimamente se me han muerto varios amigos y amigas, es una mala temporada. Sobrellevo la tristeza viviendo mi presente como si también lo hiciera por ellos y un día se lo pudiera contar. Pienso en Xavier y sé qué me preguntaría: “¿Qué hará Messi?”. “Quedarse, claro”, le diría yo para hacerlo contento. Ya es casualidad que se haya ido el día que el mejor futbolista del mundo cumplía 34 años. Me acordaré siempre.

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