Next Generation y Catalunya

¿Nos lo tomamos en serio?

El marasmo administrativo estatal es enorme. Y en Catalunya, los cambios políticos y de responsabilidades departamentales parecen dejar en un limbo las iniciativas

Cartel del programa europeo Next Generation, en Bruselas

Cartel del programa europeo Next Generation, en Bruselas

Guillem López Casasnovas

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Algunos hace tiempo que decimos que ‘ahora o nunca’ tendremos la oportunidad de rehacer para transformar, transitar, no volver atrás, y así reestructurar, la economía catalana. La capacidad de financiación que el programa europeo Next Generation pone a disposición de la economía española es extraordinaria. Difícilmente encontraremos una ocasión similar en ningún otro momento de la historia. En efecto, los estragos de la pandemia, añadidos a las secuelas de la crisis financiera de la que ahora estábamos empezando a salir, más la necesidad de la presidenta europea de hacer efectivo ante el mundo su compromiso por la sostenibilidad del planeta, ha hecho lo que parecía imposible: la mancomunización europea de la deuda. Esta era la condición necesaria (la financiación), a pesar de que no suficiente (depende ahora de nosotros en la aplicación) para aquella transformación. ¿Pero nos lo estamos tomando seriamente? El marasmo administrativo estatal en estos momentos es enorme, muy bien recogido por Jiménez Asensio. Y en nuestra tierra, los cambios políticos y de responsabilidades departamentales (en sanidad y economía, en particular) parecen dejar en un limbo las iniciativas promovidas.

Esta manera de proceder de las administraciones lo puede complicar y no ayuda a los proyectos intersticiales que afectan a múltiples departamentos (ciencia, industria, economía, administración pública, sanidad y acción social)

La 'Revista Econòmica de Catalunya', en su último número, acaba de sacar un dosier con todos los proyectos clave: desde el sector alimentario al cuántico; del chip europeo a las nuevas terapias sanitarias; desde la energía a la comunicación. Los trabajos cubren, así, diferentes frentes: el industrial (reconvertir para transformar), el talento (semilla de futuro), la digitalización y la inteligencia artificial, nuevas infraestructuras de conexión, de transporte no contaminante, de servicios de salud avanzados, agroalimentario..., que si bien no agotan todos los campos potenciales, son una muestra bastante significativa. Habrá que ver cómo, acompasadamente, sabremos transformar así la economía desde el turismo ‘low cost’, gentrificador en el espacio urbano, hoy solo competitivo en costes unitarios salariales a la baja, de productividad contenida y poco incardinado en los valores culturales con los que cuenta Catalunya, hacia la recuperación industrial de mayor valor añadido. Algunos de los textos provienen de los propios miembros del Consell que, nombrado por vicepresidencia de la Generalitat, se ocupó en su día de promover y vehicular diferentes proyectos sectoriales, hoy ya manifestaciones de interés. La cuestión es ahora la de su priorización en clave catalana, aunque sometida al cedazo español, de acuerdo con la bondad precursora de los proyectos de transformación económica y de la capacidad e influencia política de los grupos parlamentarios que quieran estar presentes. En cualquier caso, siempre desde una valoración de las iniciativas, muchísimas, que se han generado en nuestro país, con la robustez que les da el hecho de conformar las condiciones necesarias exigidas por Bruselas. Si los ámbitos de transformación son premisa europea, su aprobación pasa por acuerdos de Estado con la presidencia del Gobierno de España. Aquí tocará todavía luchar, y mucho, para hacerlas efectivas.

Cuadro para artículo de López Casasnovas

Criterios de evaluación del programa Next Generation. / Guillem López Casasnovas

Bien es verdad que la tarea se anticipa larga y difícil. En el proceso de decisión estatal sufrirán previsiblemente, en mayor medida, los proyectos horizontales en varios sectores (a pesar de que la transversalidad es lógica en el campo de la digitalización y sostenibilidad medioambiental), puesto que las ‘taquillas’ de acceso de los diferentes Ministerios serán bastante diversas. Conocemos también que la presidencia del Gobierno español trabaja en su ejecución desde la segmentación competencial (jurídica), administrativa (organigrama ministerial actual) y presupuestaria (asignaciones financieras repartidas a menudo por cuotas, entre los ejes y las líneas previstas al programa Next Generation). Puede ser que no haya alternativa si no se quiere retrasar su ejecución, reglamentada con un decreto en el BOE de finales de enero y acompañada de la adaptación de febrero del DOGC en Catalunya. Pero esta manera de proceder lo puede complicar y no ayuda a los proyectos intersticiales que afectan a múltiples departamentos (ciencia, industria, economía, administración pública, sanidad y acción social), por aquello de clarificar quién se hace finalmente responsable de interactuar con las empresas tractoras. De aquí la importancia de que se resuelva correctamente este puzzle que ahora se mueve, y que tan decisivo resulta para el porvenir del país. Anotamos también, finalmente, que pese a la confrontación política, sin entendimiento con el Estado puede ser muy difícil que salga bien parada la economía del país. Una economía en parte basada en el motor de combustión, con un polígono petroquímico de altos humos y un sector porcino demasiado contaminante, tiene hoy un futuro bastante limitado. Desde el más profundo patriotismo económico, el ‘ahora o nunca’ tiene que ser lo suficientemente inteligente como para no dar ningún pretexto a los que menos pueden estar valorando la potencialidad de nuestra economía y, así, subyugar finalmente el país.

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