Saber perder

El disparate de Colón

El indulto no es un “indultazo” ni un regalo porque los líderes independentistas llevan más de tres años y medio en la cárcel

foto colón 2019

foto colón 2019 / Ricardo Rubio / Europa Press

Joaquim Coll

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Saber ganar es tan importante como saber perder, y lamentablemente con el tema de los indultos la derecha pretende infligir a la España constitucional un sentimiento de derrota y humillación injustificado, cuando en realidad la medida de gracia debería leerse como una señal de fortaleza, como la confirmación de una victoria. La concentración en Plaza Colón y la recogida de firmas son un disparate monumental, no porque vayan contra el Gobierno de Pedro Sánchez, sino porque convierten a los indultos en lo que no son. No se puede afirmar que con esta medida los delitos del 'procés' vayan a quedar impunes, pues los presos han sido juzgados y condenados por el Tribunal Supremo. El indulto no es un “indultazo” ni un regalo porque los líderes independentistas llevan más de tres años y medio en la cárcel. Es un castigo considerable para cualquier persona y, aunque han recibido un trato de favor por parte de Instituciones Penitencias de la Generalitat, no se puede frivolizar sobre su privación de libertad. Además, es un indulto parcial, que les seguirá impidiendo el ejercicio de cargos públicos y, por esa razón, Oriol Junqueras no podrá sentarse en la mesa de diálogo con el Gobierno español. Finalmente, no es un chantaje porque ellos no pedían el indulto, sino la amnistía. 

Así pues, no se puede afirmar que el presidente Sánchez, más allá de sus aciertos o errores a la hora de explicarse, esté traicionando a la Constitución. Tampoco se pueden presentar los indultos como un acto contra el poder judicial ni mucho menos como una decisión ilegal del Gobierno, que tiene la potestad de hacerlo si considera que hay poderosos argumentos de “conveniencia pública”. La ley que los regula, que data de 1870, faculta al Ejecutivo a conceder esta medida de gracia, incluso contra el criterio del tribunal sentenciador, si existen razones de interés general frente a un delito de naturaleza política como la rebelión o la sedición. Este es el único factor a dilucidar en la discusión, porque los indultos no se conceden atendiendo al arrepentimiento de los condenados, sino a la vista de las potenciales oportunidades que para la concordia brindan.

Todo lo dicho resulta imprescindible, pero no es en realidad lo más importante para estar a favor de los indultos desde una posición radicalmente crítica con el independentismo como la mía. Estratégicamente a quien más le convienen es a la causa constitucionalista. La magnanimidad solo la puede ejercer el ganador, y frente a una parte considerable de la sociedad catalana que de una forma u otra comulgó con la dinámica del 'procés', las penas de cárcel son vividas como injustas. Por tanto, después de tres años y medio, la autoridad del Estado no tiene nada que perder con un gesto que cuenta con el apoyo de la mayoría de los catalanes. También internacionalmente son convenientes. Fuera de España no es la mejor carta de presentación tener a políticos en la cárcel, sin que hayan cometido delitos de sangre. A nadie se le escapa, aunque el PP lo olvide, que si se atrevieron a ir hasta el final en el otoño del 'procés' fue porque el Gobierno de Mariano Rajoy no fue capaz de defender políticamente la Constitución. Si se hubiera aplicado el artículo 155 después de las infames sesiones parlamentarias del 6 y 7 de septiembre, no hubiera habido referéndum ilegal del 1-O. El Govern de Carles Puigdemont hubiera sido depuesto y, por tanto, no habría habido delito de rebelión o sedición sino desobediencia y, tal vez, malversación. Tampoco nadie hubiera entrado en la cárcel en 2017. En lugar de eso, Rajoy optó por confiar en que los independentistas acabarían peleándose o estrellándose solos y dejó en manos de la Fiscalía y los jueces impedir esa votación. 

Por tanto, hay penalmente unos culpables, pero también hay responsabilidades por indolencia en el otro lado. Los indultos, pues, son convenientes porque, aunque no pueden ni pretenden arreglarlo todo, son un gesto que facilita la distensión como ya estamos viendo. En una semana Oriol Junqueras ha reconocido la falta de legitimidad del 1-O y Jordi Sànchez ha escrito que el objetivo con esa votación no era la independencia, lo cual debería abrir los ojos a mucha gente que fue engañada por esos políticos. Negarnos esa oportunidad, como pretenden los de Colón, es un disparate.

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