Pros y contras

'Cui prodest'

Nos toca aún dilucidar hasta qué punto el Rey fue el instigador máximo del 23-F, pero lo que es evidente es que el golpe le benefició

El rey Juan Carlos, durante su alocución la madrugada del 23-F

El rey Juan Carlos, durante su alocución la madrugada del 23-F / EFE

Josep Maria Fonalleras

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Cuarenta años después, y a pesar de los libros, las novelas, los testimonios, las confesiones, los relatos reales y los imaginarios, las hagiografías y las medias verdades, sabemos muchas cosas del 23-F, pero muchos todavía viven, seguramente, en la hipótesis central que se conformó la madrugada del 24, a las 1.14 horas, y que ha construido el relato oficial del golpe de Estado. El Rey salvó la democracia.

En estos 40 años, aunque se ha ido agrietando (hasta el derrumbe de su propia figura y de lo que representa), el elogio de la actitud del monarca todavía resuena como la banda sonora que explica aquellos días y que, seguro, figurará en las necrológicas de Juan Carlos I como el hito más destacado de su reinado. Y no fue así. Nos toca aún dilucidar hasta qué punto el Rey fue el instigador máximo, pero lo que es evidente es que el golpe le benefició. La esencia de aquel vodevil violento, fascista, es el "cui prodest" del derecho romano. El baño de oro con que se disimuló una pieza de latón es lo que permitió la consolidación de la monarquía. Intervinieron destacados orfebres y joyeros. Y, poco a poco, la pátina dorada se fue volviendo verdín.

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