Ágora

Liderazgo ético de la complejidad, o fracaso

El cortoplacismo, la improvisación y la descoordinación suelen ser rasgos del ejercicio del liderazgo cuando se mueve en el terreno del bien común

Vacunación de personas sin hogar en Estados Unidos

Vacunación de personas sin hogar en Estados Unidos / EFE

Jordi Riera Romaní

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La gestión de la pandemia ha sido una buena escuela para poner en práctica y a prueba los liderazgos, en este caso el de los políticos, pero también el de los gestores, comunicadores, etc. El inicio de la administración de la vacuna de Pfizer, con el caos que provocó, fue un buen ejemplo. Cuando parecía que se había hecho lo más científicamente relevante –descubrirla–, tomamos conciencia de que detrás hay una telaraña logística de alta complejidad para su real administración a la población, convirtiéndose en un reto que solo se podía afrontar con un modesto optimismo si se lideraba desde la propia naturaleza compleja del mismo, con autoexigencia, humildad y prudencia. Porque en términos generales, cuando se actúa y se proclaman las metas de forma simplista, sensacionalista o reduccionista ante este tipo de retos, estamos ya, desgraciadamente, llegando tarde y situándonos en la antesala del fracaso. Justo en el lugar donde la falta de ética por abuso de posición, desprecio del otro o banalidad del mal, hace el resto.

Porque, siguiendo las enseñanzas de Loft Zadeh, quien fue profesor de matemática y especialista en lógica difusa en la Universidad de Berkeley, y a partir de su ‘Principio de Incompatibilidad’, a medida que aumenta la complejidad de un reto, es una irresponsabilidad enunciar o prever solo actuaciones o soluciones aparentemente simples que terminan desatendiendo la complejidad del reto esperando que este se resuelva milagrosamente. Al final nos estrellamos, no solo en los resultados de nuestra actuación y por tanto en nuestras intenciones de liderazgo, sino que hacemos que se estrellen junto con nosotros las legítimas aspiraciones o esperanzas colectivas a las que nuestro liderazgo quería responder. Y esto es una grave y doble irresponsabilidad.

Una inercia consolidada

Y es justamente esta mala praxis del ejercicio de liderazgo, más aun cuando se actúa en el terreno del bien común, que la inmediatez, el cortoplacismo, la improvisación, la descoordinación, la falta de autoexigencia, la reducción simplificadora del mensaje a la ciudadanía hasta casi al insulto, y la disputa final exhibicionista entre agentes teóricamente corresponsables, nos precipita a la permanente cronicidad e inmovilismo ante determinados grandes retos de país. Y mucho me temo que la consolidación de una inercia y recurrencia de liderazgos que se cuecen más a golpe de tuit y del cálculo de rédito electoral inmediato que de centrar la atención en el liderazgo de la complejidad de los hechos y las cosas, puede acabar resultando devastadora.

Y todo lo expuesto hasta aquí no es nuevo y se replica en otros ámbitos más allá de la crisis sociosanitaria que padecemos. Por ejemplo, y desde hace décadas, ante el gran reto de la educación, de carácter altamente complejo, y que no se merece en absoluto querer ser resuelto a golpe de leyes orgánicas. Ocho leyes en España, para ser más exactos, en 43 años de democracia, incluyendo la nueva ley vigente (LOMLOE) desde el pasado 30 de diciembre. Un promedio récord en Europa de casi una nueva ley orgánica de educación cada 5 años, y que no son precisamente leyes de mejora progresiva de la anterior, sino de trasiegos pendulares en cada caso. Todas podrían aportar novedades necesarias, pero desgraciadamente se cuecen unas como réplica de las otras. Y aquí es donde se vuelven a simplificar los enunciados. Justamente en torno al reto educativo, donde nos jugamos el futuro de las nuevas generaciones, y por tanto de la sociedad.

Pobreza infantil

Pero nos pasa también en otros ámbitos aun más dolorosos como es el caso de la pobreza infantil, que afecta a uno de cada tres niños en España, con 2,2 millones de menores en riesgo de pobreza según el indicador AROPE, a la cola de los ‘rankings’ europeos. Las soluciones simplistas y efectistas que se han querido dar en décadas no han roto todavía el círculo de la pobreza hereditaria. Esta es la real y dramática consecuencia. Otra situación pues que reclama con urgencia un liderazgo ético y a diferentes niveles, de carácter sistémico, comunitario, corresponsable, intersectorial y sostenido en el tiempo, que atienda a la complejidad de las causas y a la multiplicidad de dimensiones que la generan.

Y así podríamos seguir listando varios ejemplos de cronicidades críticas, en torno a las cuales el desconcierto y la desorientación ciudadana crecen, incrementándose la actual decepción y desconfianza, especialmente en torno a los liderazgos de la ‘res publica’. No nos quedan demasiadas oportunidades más que la que aportaría un nuevo liderazgo ético de y desde la complejidad, asociada a una seria asunción ética de las responsabilidades asumidas.

Ahora que se acercan tiempos poselectorales y de formación de nuevos gobiernos, espero que quien asuma las nuevas responsabilidades intente hacer bueno el dicho freudiano de que “de nuestras vulnerabilidades puedan emerger nuestras fortalezas”, antes de que la ciudadanía abandone cualquier esperanza en plena curva de desafección.

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