Relevo en la Casa Blanca

Las heridas de Trump

Trump se marcha, pero el ‘trumpismo’ y sus rotos permanecerán en la sociedad estadounidense y más allá, en un mundo que no olvidará los cuatro años más largos de la historia reciente de EEUU. La tarea doméstica y exterior a la que se enfrenta Joe Biden será hercúlea

trump a dos días de dejar la Casa Blanca

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Carlos Carnicero Urabayen

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Asalto democrático

“Con las condiciones adecuadas, cualquier sociedad puede girarse en contra de la democracia”, cuenta la periodista Anne Applebaum. De hecho, si algo nos muestra la historia es que “todas las sociedades eventualmente dan ese giro”. El elemento más consistente del ‘trumpismo’ ha sido la sostenida presión sobre las costuras del sistema democrático.

El asalto al Capitolio es la fotografía que mejor ilustra la amenaza. Trasladar la violencia al corazón del sistema da una idea de lo cerca que ha estado de saltar por los aires. Si el sistema no me da nada, si ni siquiera es capaz de contar los votos –pensaban los asaltantes– debe parecer legitimo tomar el control por la fuerza.

Trump ha sido el presidente de la posverdad, explica Timothy Snyder. “Cuando renunciamos a la verdad, cedemos el poder a quienes tienen la riqueza y el carisma necesarios para crear en su lugar un espectáculo”. Si los hechos no cuentan y los instintos ocupan su lugar, no hay límites en la discusión política.

Según una encuesta de YouGov, un cuarto de los votantes republicanos considera que el asalto representa una amenaza democrática. Para la mayoría conservadora, el 86% de los votantes de Trump según una consulta de NPR/PBS/Marist, hubo fraude electoral.

La violencia sobre el sistema democrático cruza una gran línea roja. El escenario es muy complicado: para preservar el sistema democrático se debe juzgar hasta el último responsable de los ataques, incluido el presidente saliente. De otro modo, otros lo intentarán de nuevo. Pero dicha tarea complicará la cicatrización de la sociedad que ha prometido Biden.

Polarización social

No hay ruptura democrática sin polarización. La erosión del centro, la explotación de los extremos, ha caracterizado los últimos cuatro años. La partición social no comenzó con Trump, como reconoce un editorial del ‘Financial Times’, pero “ningún presidente de la historia reciente ha hecho más por agrandar esas fracturas”.

La polarización arrolla cualquier espacio compartido, incluso las conductas con base científica. Muchos seguidores de Trump recelan de la mascarilla porque Biden siempre la lleva puesta. Si unos y otros viven en mundos distintos, deben también sufrir pandemias distintas.

Como cuenta Ezra Klein en su libro ‘Why we’re polarized’, los votantes demócratas y republicanos llevan décadas tomando caminos distintos. Viven en barrios y ciudades distintas, consumen canales de información diferentes, tienen también trabajos y educación distintos. La fidelidad con la que votan a sus respectivos partidos esta íntimamente ligada a lo que son y sobre todo a lo que no quieren ser.

Si tu propia identidad está basada en la negación del otro, es muy poco probable que estés dispuesto a ceder para buscar consensos. Trump ha explotado esa división alimentando el supremacismo blanco y radiando odio desde la más alta oficina del país.

Abandono del liderazgo mundial

Es en el exterior donde la promesa de Trump de volver a hacer América grande más ha quedado en evidencia. El ideal estadounidense, anclado en una sociedad donde todo es posible para quien pelea y tiene talento, ha quedado hecho trizas con un presidente rodeado en la Casa Blanca de familiares y amigos.

El boicot a los organismos internacionales ha mermado la capacidad de respuesta de la sociedad internacional en los últimos años, pero sobre todo ha evidenciado unos Estados Unidos más aislados. La promesa de ‘América primero’ se ha traducido en una América sola.

Capítulo aparte merece el cambio climático, la más crucial amenaza a la que se enfrenta la humanidad. Trump ha sido negacionista. Su decisión de dejar a Estados Unidos fuera del acuerdo de París será corregida por Biden, pero el mal ejemplo perdurará en el tiempo.

El hundimiento de la relación transatlántica

Desde Europa, el mayor asombro ante el fenómeno Trump ha sido constatar que por primera vez se ha instalado en la Casa Blanca un líder abiertamente hostil al proyecto europeo. Simpatizante de la ruptura de la UE (el Brexit) y de los populistas autoritarios que erosionan la democracia en el continente, el magnate no ha tenido ningún interés en generar sinergias con el otro lado del Atlántico.

Los europeos tomaron nota, pero no lo suficiente. Macron declaró “la muerte cerebral de la OTAN”, pero cualquier planificación realista para tener mecanismos de defensa suficientes a nivel de la UE ha chocado siempre con los celos de las capitales.

El cisma de valores ha sido enorme. Un buen ejemplo tiene que ver con China. Sobre el papel, el ascenso meteórico de un poder mundial de carácter autoritario merecería una respuesta compartida de lo que llamábamos “Occidente”.

Trump ha confrontado por su cuenta el ascenso chino. Ha librado en solitario una batalla comercial y tecnológica. Desde la UE se ha optado por un acercamiento, decepcionando incluso a la nueva administración Biden, que se ha quedado perpleja ante el acuerdo de inversión que Bruselas y Pekín cerraron hace un par de semanas.

Biden deberá coser las heridas sin olvidar el fortísimo apoyo electoral que sobrevivirá a Trump. ¿Cómo lograr la reconciliación con quienes piensan que el sistema no merece la pena? ¿Cómo sellar la paz con quienes apoyan el asalto al Capitolio, entendiendo sus frustraciones, pero no cediendo un milímetro en los valores democráticos? ¿Cómo convencer al mundo de que Estados Unidos regresa a la normalidad más allá de cuatro años?

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