Cine

La (cada vez más) corta vida de las películas

Sigo creyendo en la necesidad y la importancia de dedicarle tiempo a las cintas, de pensarlas y no sacárselas de encima con un bufido o un piropo desmedido

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Desirée de Fez

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Estrés por acumular lecturas en la mesita de noche, porque la montaña cada vez era más alta y había empezado a improvisar puntos de libro con tarjetas de metro y trocitos de papel. Estrés porque se me había escapado una película en el cine y tenía que esperar unos meses para verla de otra manera. Estrés porque mis trayectos en bus eran demasiado cortos para escuchar todos los discos nuevos que quería escuchar. Estrés porque aún no había tenido ocasión de ponerme con la serie de la que todo el mundo hablaba, la que se llevaba todos los premios, la que estaba predestinada a encabezar las listas de lo mejor del año. Nunca pensé que echaría de menos ese estrés. Centrándome en exclusivo en el consumo de películas y series, en mi caso ese estrés se convirtió primero en ansiedad y, a día de hoy, ha mutado en una sensación permanente de estar siendo arrollada por las novedades. Tiene que ver con tres cosas que son consecuencia directa de estos tiempos de cambio, reestructuración y reinvención del sector. La primera, una oferta abrumadora: ¿Cómo hacemos frente a todo eso? La segunda, la velocidad a la que se suceden las cosas: la serie que se estrena el lunes es prehistoria el viernes. Y la tercera, el contraste entre el ruido descomunal que las propuestas hacen al salir y lo efímero de su existencia.

        En octubre de 2018 escribí una columna para este mismo diario sobre la absurda polarización de las opiniones sobre cine en redes sociales (algo extensible a los medios de comunicación). Me refería al mal vicio de bloquear las posturas intermedias a la hora de hablar de películas y limitarnos a considerarlas –con idéntica seguridad y, todo sea dicho, algo de soberbia– basura u obras maestras. En aquel momento, esa moda de sentenciar desde extremos opuestos me parecía algo profundamente injusto con las películas, una manera barata e insolente de menospreciarlas.

Sigo creyendo en la necesidad y la importancia de dedicarle tiempo a las películas, de pensarlas y no sacárselas de encima con un bufido o un piropo desmedido. Sin embargo, a día de hoy esa tendencia a la polarización y a lo exagerado no solo no me parece tan mal, sino que incluso veo en ella un gesto generoso. Es como si, por pura intuición, hubiéramos decidido recurrir al reclamo desorbitado para retener las películas en el tiempo, como si sospecháramos que al poner un foco cegador sobre ellas estamos alargando –por unos días, por unas horas– su cada vez más efímera existencia. Porque es así, porque la broma es ésa. Cada vez vemos más cosas pero, como mueren tan rápido (más aun con los cambios en la política de estrenos), asimilamos, retenemos y recordamos menos que nunca.

        Muchas series y películas se lanzan con un despliegue extraordinario, a modo de impactos esplendorosos que nos obnubilan… durante unos días. Pero a las tres semanas ya nos hemos olvidado de ellas. Su recuerdo dura tanto como las vallas o los carteles que las anuncian en fachadas, marquesinas y autobuses. Y no es porque en realidad no sean buenas, que muchas veces lo son. Es porque cuando deberíamos estar pensándolas o reposándolas, ya estamos en otra cosa. Ya les han pasado por encima otras cinco o seis propuestas. Este año, al escribir las listas de lo mejor de 2020, me di cuenta de hasta qué punto había asumido esa dinámica de adorar (u odiar, en el caso contrario) y olvidar en tan poco tiempo. Al revisar los estrenos del año para no dejarme nada importante, me encontré con filmes que había amado (y elogiado intensamente) en su momento, pero que ahora no recordaba. Me pasó, por ejemplo, con 'The Vast of Night' (2019), un filme de ciencia-ficción que defendí con entusiasmo genuino. Y lo más fuerte es que la había visto (y había escrito sobre ella) en junio. Seguro que es cuestión de tiempo, que cuando el sector salga de este periodo de pruebas y se estabilice retomaremos dinámicas más tranquilas y sensatas. Pero, de momento, el ruido y la furia están haciendo que muchas películas se pierdan por el camino. Y si eso es frustrante para los que las vemos, para los que les dedicamos hora y media o dos horas de nuestras vidas, no quiero ni imaginar para los que las hacen, para los que ven como varios años de trabajo se evaporan en solo unos días.