El peso de una institución

La familia mata

Se oye decir que es columna vertebral de la sociedad, pero mirada de cerca, solo es raspa de sardina

Una familia, de paseo por el centro de Barcelona, el pasado 27 de junio

Una familia, de paseo por el centro de Barcelona, el pasado 27 de junio / periodico

Silvia Cruz Lapeña

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"La familia mata". Deberían imprimirlo en las cajas de preservativos y en las de píldoras anticonceptivas con el mismo fin que se advierte en los paquetes de tabaco de las consecuencias de fumar, pero no para dejar de hacerlo, sino para evitar olvidar la goma o la toma. Lo que yo no olvido es cómo definió un profesor de Antropología a la familia: "Es la fuente de toda neurosis", sentenció en clase y yo clavé el bolígrafo en el bloc. "Y ahí vamos, de manera irremediable, al sacrificio", añadió ante unos veinteañeros aquel hombre –casado, con amante y tres hijos– como si describiera el destino.

Hay gente que no quiere una familia, pero la forma. No quiere comidas de Navidad, pero acude año tras año y se traga –sin masticar– el último canelón de la bandeja para no defraudar a nadie. Tampoco a sí mismo. A veces -en una guerra, una infidelidad o una pandemia- se pone de manifiesto la debilidad de la institución, aunque en otras ocasiones solo hace falta un espejo. Lo explican bien 'Los Simpson' en el episodio en el que regresa a Springfield una amiga de Marge, la reportera Chloe, que con su traje de Chanel y su colección de amantes provoca que la madre de familia vea a sus cuatro hijos –Homer es marido y vástago– como vampiros que le chupan la frescura. También hace que la niña, Lisa, crea que su progenitora es una mujer desaprovechada.

Un 'flashback' nos enseña a las dos amigas en el instituto y la casada rememora el momento en que eligió un camino y su compañera otro y el recuerdo le produce una enorme frustración. No cree que sea un error de elección, sino mala suerte: seguramente la de haberse topado con un esposo-hijo. ¿Se refería a eso mi profesor –hoy jubilado, abuelo de cinco, casado con la misma y sin fuerzas ya para una amante– cuando dijo "irremediable"? Al final del episodio, Marge salva a Lisa de un incendio, la arropa al acostarse, la niña recupera el respeto por su madre y esta se felicita de la misma elección de la que momentos antes se arrepentía. ¿Hablaba usted de esa neurosis, profesor?

Inmortal pero no inevitable

La familia en la que se nace no se elige, pero no es inevitable. Menos aún formar una nueva. De lo que tampoco hay duda es de que como institución, es inmortal. Ahí radica su fuerza y por eso mata, porque tiene cualidad de antiguo régimen: hace tiempo que no sostiene a nadie –no cuentan las fiambreras y los préstamos–, pero si se aferra una con ahínco a su estructura, acaba creyendo que es ella la que le está haciendo un favor. Se oye decir que es columna vertebral de la sociedad, pero mirada de cerca, solo es raspa de sardina. Eso sí, como la energía, ni se crea ni se destruye, simplemente está ahí. Y se transforma: reduciéndose (solo progenitora y vástago); diversificándose (todos del mismo sexo) o poliamándose, multiplicando progenitores y creando nuevos familiares.

Ni el confinamiento acabó con ella. Al contrario, de ese encierro salieron nuevos personajes y nomenclaturas. "Convivientes", dice el Gobierno para hablar de quienes comparten casa sin tocarse nada o tocándoselo todo pero sin papeles. "Unidad de convivencia estable", repite Salvador Illa para aconsejarnos que no alternemos con nadie que no sean los de siempre. Las familias "de verdad" no se dieron por aludidas. Ellas ya conocen su deber –Navidad, fiambrera, préstamo– y por eso no se les castiga con nombres feos y asépticos que nada tienen que ver con el calor y el compás que encierran los de siempre: papá, tete, mamá.

"Con la sangre, nena, se hacen morcillas". No lo decía una antropóloga, sino mi abuela los días que, como Marge, dudaba de la familia. Una yaya que si viviera, debería evitar viajar para ver a sus bisnietos, pero tengo pocas dudas de que acabaría haciéndolo. Desatendería, sin que nadie la obligara, las recomendaciones de la OMS y de Fernando Simón y se pondría en peligro a sí misma y al mundo entero para atender a los suyos. Parece que la oigo al otro lado del teléfono prometiendo "cojo el tren y voy a verte". En lugar de decirme "tápate la boca cuando tosas", exhalaría un "a ti, cariño, que no te tosa ni Cristo" y me ordenaría "acércate, corazón, que te toque la frente" sin temor a contagiarse.

La familia no es inevitable, la familia mata. Y es igual de letal defendiendo el fuerte de ataques externos que cuando apunta hacia adentro y el fuego amigo quema a algún miembro. Y no suele ser un "conviviente": siguen siendo por mayoría aplastante una madre o una abuela. Pero sospecho que no es ese el sacrificio del que hablaba, ¿verdad, querido maestro?