ANÁLISIS

Pompeo y la normalización árabe-israelí

Pompeo y Netanyahu, este lunes en Jerusalén.

Pompeo y Netanyahu, este lunes en Jerusalén. / periodico

Ignacio Álvarez-Ossorio

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Las elecciones presidenciales estadounidenses están a la vuelta de la esquina y las posibilidades de que Donald Trump revalide su mandato son, cada día que pasa, más limitadas. La mayoría de las encuestas otorga una holgada victoria al candidato demócrata, Joe Biden, por lo que Trump está obligado a buscar un golpe de efecto que revierta la situación.

Parece difícil que el presidente Trump pueda presumir de su gestión de la pandemia del covid-19, que ya ha provocado más de 180.000 muertes en Estados Unidos, por lo que podría intentar vender como éxitos sus fiascos en política exterior. De ahí que el acercamiento entre Israel y Emiratos Árabes Unidos (EAU) haya sido presentado, a bombo y platillo, como un acuerdo histórico que podría abrir la puerta a la completa normalización de relaciones entre el Estado hebreo y su entorno árabe. En el pasado, Trump ya trató de hacer lo propio con el denominado Acuerdo del Siglo, un plan promovido por su yerno Jared Kushner que no dejaba de ser una declaración de intenciones y que pronto quedó relegado al olvido.

Ahora el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, trata de quemar sus últimos cartuchos emprendiendo una gira por Oriente Próximo para empujar a varios países a entablar relaciones con Israel, su principal aliado regional, y, de paso, intensificar el aislamiento de Irán, su particular bestia negra. En los últimos meses se han intensificado los rumores sobre que Sudán y Bahréin, dos de los países a visitar por Pompeo, podrían seguir los pasos de EAU. Otros países que también figuran en esta lista son Omán Arabia Saudí, que ya mantienen relaciones oficiosas con Israel.

Nuevo orden regional

En realidad, todos estos movimientos poco tienen que ver con la necesidad de encontrar una solución justa y duradera para resolver el sempiterno conflicto de Oriente Próximo. Más bien están encaminados a construir un nuevo orden regional en el que Israel ocuparía una posición hegemónica sin tener que retirarse de los territorios palestinos ocupados ni aceptar la creación de un Estado palestino viable y soberano, tal y como establece el Derecho Internacional y numerosas resoluciones de la ONU. A los países que se avengan a reconocer este nuevo orden se les ofrece ciertas ventajas materiales (trato de favor de Washington, venta de armamento sofisticado o levantamiento de las sanciones), mientras a quienes osen cuestionarlo les espera una larga travesía del desierto.

Irán es un claro ejemplo de lo segundo, ya que en las últimas semanas Washington ha intensificado la presión sobre el régimen de los ayatolás tratando que el Consejo de Seguridad aprobase el restablecimiento de las sanciones internacionales contra el país persa. Este movimiento encontró una fuerte resistencia no sólo de China y Rusia, sino también de Francia, Alemania y Reino Unido, todos ellos integrantes del acuerdo nuclear firmado en el 2015 entre Irán y el G5+1. El segundo propósito de Pompeo no sería otro que construir una alianza regional antiiraní para tratar de asfixiar a un régimen que atraviesa sus horas más bajas.

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