Análisis

... Y la vida continúa

Al contrario de lo que parece, y con un torrente de interrogantes pendientes después de la pandemia, las residencias están llenas a rebosar de vida, la que merece ser vivida con toda dignidad hasta el último suspiro

Atención a un paciente en una residencia de Barcelona

Atención a un paciente en una residencia de Barcelona / periodico

Montserrat Falguera

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Hablamos y hablamos de las residencias, de cómo debemos organizarlas a partir de lo que hemos aprendido durante este triste episodio de confinamiento, de cuál es el modelo de acompañamiento al envejecimiento en el que nos podríamos sentir cómodos o, al menos, 'acompañados' valga la redundancia, de la atención comunitaria, de si la mirada debe ser mercantilista o enfocada al bien social...

Mientras no resolvemos el torrente de interrogantes que se han abierto en torno a cómo queremos ser atendidos en el tramo final de nuestra vida, hoy por hoy tenemos personas que viven en el ámbito residencial para la tercera edad, un montón de plazas residenciales que desgraciadamente han quedado vacías y un montón de familias que necesitan poder dar respuesta a las necesidades más urgentes de sus mayores.

A un ritmo muy lento

La actual situación de 'reanudación de la normalidad' permite el ingreso a residencias de ancianos a un ritmo muy lento, dos o tres ingresos por semana, lo que no favorece en nada el drenaje de las largas listas de espera que ya venía arrastrando el sector. O sea, a la falta de plazas públicas se suman los retrasos lógicos que derivan de la aplicación de las medidas impuestas por el Departament de Salut,

 medidas por otra parte comprensibles si lo que queremos es favorecer la seguridad de los entornos residenciales.

Y mientras tanto las residencias mantienen las plantillas intactas, esto quiere decir, como si estuvieran llenas de personas a las que atender cuando en algunos casos se encuentran con altos porcentajes por debajo de sus capacidades registrales.

El Govern no atiende la demanda de ayuda del sector, como sí parece que hará con otros ámbitos -la enseñanza, por ejemplo-, para compensar las pérdidas por las plazas privadas que han quedado vacías, y reduce la compensación por las plazas públicas vacías del 100 al 85%.

Y a todo ello se suma el debate sobre la precariedad laboral de los cuidadores y qué necesario resulta dignificar las profesiones en el entorno del cuidado y del reconocimiento social y laboral que merecen todas estas profesionales, mayoritariamente mujeres. La necesidad inaplazable -por urgente y de preservación de derechos de las personas- de coordinación entre el sistema de salud de atención primaria y sector residencial afrontando con valentía y recursos suficientes lo que ello conlleva...

Y la vida continúa, porque al contrario de lo que parece, las residencias están llenas a rebosar de vida, la vida que merece ser vivida con toda dignidad hasta el último suspiro, la vida de los profesionales que trabajan, la vida de los gestores que intentan sobrevivir a la precariedad, la de los familiares que necesitan también ser ayudados a sobreponerse de la impotencia de no poder ofrecer a sus seres más queridos lo que consideran un derecho y que hoy es un poco más difícil de lograr que antes de la maldita pandemia.