Problemas estructurales inaplazables
El rey desnudo
La pandemia ha despojado todo el ropaje de un crecimiento con pies de barro en nuestro país
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Josep Oliver Alonso
Catedrático de Economía Aplicada (UAB) y codirector de EuropeG.
Josep Oliver Alonso
En el ámbito de las políticas públicas, la continua percepción de inutilidad frena la acción y nubla el entendimiento. Y algo de ese sentimiento emerge cuando se consideran los retos que deberíamos afrontar tras el covid que, en lo sustancial, no difieren de los de hace 20 o 30 años. Solo un ejemplo: somos el único país avanzado que, desde 1980, ha superado, ¡por cuatro veces!, tasas de paro del 20%: en 1985, en 1995, en 2012 y ahora a finales de año, cuando los erte finalicen. Siempre volvemos al punto de partida.
Esta impotencia regresa, una vez más, con la lectura del Informe Anual del Banco de España, del que recomiendo, para políticos de Barcelona y Madrid, el capítulo ‘Retos para la economía española ante el escenario post-covid-19’, un didáctico resumen del catálogo de problemas que lastran el bienestar del país. El Banco de España distingue entre factores que limitan el crecimiento y realidades pospandemia, pero ya pueden imaginar que estas últimas no son nuevas: se trata de las antiguas, remozadas y agudizadas por la crisis sanitaria. En todo caso, entre los elementos que dificultan la progresión de nuestro nivel de vida, observen lo vieja que es la lista.
Primero, muy reducido crecimiento de la productividad: los últimos 20 años, escasamente un 0,2% anual, frente al 0,8% de Alemania o al 0,9% de EEUU. Además, este bajo aumento no deriva, más que muy parcialmente, del escaso tamaño de nuestras empresas, aunque este es un elemento que también la frena: en 2019, un 78% de las empresas españolas empleaba menos de 5 trabajadores, un peso muy superior al 69% promedio de la UE. Pero hay razones más sustanciales de aquel reducido avance. Entre ellas, un bajo nivel educativo de la mano de obra: en el 2019, un 40% de autónomos, un 36% de empresarios y un 31% de asalariados solo había alcanzado un nivel de estudios bajo, unos registros muy superiores al 22%, el 19% y el 19%, respectivamente, para el conjunto del área del euro. Y, por descontado, también de los problemas que afronta la formación de capital tecnológico: muy reducido peso de la inversión en I+D (un tercio de la media de los países más avanzados); menor proporción de empresas innovadoras (un 37% del total), 20 puntos inferior a la de Francia o Italia y casi 30 puntos a la de Alemania; y, finalmente, dificultades de la investigación financiada con fondos públicos.
Dualidad del mercado de trabajo
Segundo, dualidad del mercado de trabajo, con una temporalidad excesiva no directamente relacionada con nuestro sesgo sectorial: más del 25% del empleo en España es temporal, frente al 14% de la UE. Tercero, creciente e insoslayable envejecimiento, un tema que no deseamos debatir y que aparcamos siempre, pero que aparece y reaparece hasta que, finalmente, nos atrapará de nuevo en forma de renacido debate sobre la actualización de las pensiones. Añadan, en cuarto lugar, la consolidación estructural de la desigualdad.
Y, finalmente, las cuentas de las Administraciones Públicas (AAPP): desde 2015, y antes del covid, no se había avanzado en la reducción del déficit estructural, de forma que sus mejoras han reflejado estrictamente el alza del ciclo; además, la deuda pública solo se ha reducido modestamente, del 100% de 2014 al 96% en 2019. Una parte, no menor, de estos problemas expresa la insuficiencia de los ingresos públicos que, en el 2019, se encontraban en torno de los 7 puntos del PIB por debajo de la media de la eurozona (cerca del 38,5% frente al 46%, respectivamente). En este ámbito, las perspectivas no son positivas: el Banco de España ofrece tres escenarios del endeudamiento de las AAPP españolas, a cual más preocupante. Así, en 2030, e incluso en presencia de consolidación fiscal (aumento de ingresos y depuración de gasto innecesario), la deuda pública bajaría escasamente del 100% del PIB, aunque en su ausencia continuaría en registros superiores al 120%, con todo lo que ello implica de desplazamiento de recursos y fragilidad de la economía ante cambios en la confianza exterior.
Bajo aumento de la productividad, excesiva proporción de muy pequeña empresa, capital humano insuficiente, reducida inversión tecnológica, pésima demografía, desigualdad creciente y dificultades en la contención del déficit y, en particular, de la deuda pública… No, no estamos en 1985, ni en 1995 o en 2005. Nos encontramos en el 2020, aunque pareciera que el tiempo se hubiere detenido. Pero no es así. Simplemente, el covid ha desnudado al rey, despojándolo del ropaje de un crecimiento con pies de barro. Es momento de abordar estos problemas estructurales: no nos queda ya margen para más dilaciones.
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