El plan de recuperación

¿Europeos buenos, europeos malos?

El modelo final de la UE dependerá de qué queramos que sea: una federación de países con un Gobierno central fuerte, o una confederación que mantenga una notable autonomía para sus socios

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Antonio Argandoña

Antonio Argandoña

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En los últimos días la prensa española aplaude a la señora Merkel por la propuesta francoalemana de un Plan de Recuperación económica de la Unión Europea (UE), inmediatamente secundada por la Comisión Europea (CE). A diferencia de sus vecinos del Norte, defensores de la austeridad, Alemania parece que apoya ahora las transferencias a Italia, España y otros países para superar cuanto antes la profunda crisis económica en la que nos ha metido el coronavirus. Alemania es, dicen ahora, un europeo bueno, cuando antes fue malo.

Este artículo pretende ayudar al lector a entender la naturaleza y el calibre de la decisión que tendrán que tomar los países de la UE cuando discutan el Plan de Recuperación. No es un ejercicio de economía, ni de ética, sino de sociología.

Me sirve un ejemplo de la vida real: un anciano se ha caído en la calle; parece que se ha roto uno pierna. Diez o doce personas se agrupan a su alrededor para ayudarle; tres o cuatro se quedan a su lado hasta que llega la ambulancia; uno, quizás un vecino que le conoce bien, le acompaña al hospital y, probablemente, le deja una vez que los enfermeros se hacen cargo de él. Todos corremos a auxiliar en una emergencia; pocos ayudamos a medio plazo; a largo plazo, preferimos que se hagan cargo las instituciones especializadas, y nuestro interés aumenta cuando hay proximidad al afectado o si la necesidad es muy patente. El caso, inventado, admite variantes, desde la indiferencia generalizada hasta volcarse todos durante mucho tiempo.

Los compromisos dentro de la UE

La pandemia ha causado mucho daño a las personas y a la economía. Europa no puede permanecer al margen, quizás por la experiencia, aún reciente, de una crisis financiera que estuvo a punto de poner fin a la moneda única. Somos socios, ¿no? Pues tendremos que hacer algo… Y aquí aparece el primer problema: ¿hasta dónde llegan nuestros compromisos dentro de la UE? En un pueblo pequeño todos se sienten implicados; en un país, también, pero menos; en un conjunto de países…

¿Qué dicen los Tratados de la UE? Que las transferencias de fondos, como la Política Agrícola Común, tienen un alcance limitado; que la política fiscal es responsabilidad de cada país, con unas cuantas excepciones previstas en los tratados; que las decisiones importantes se toman por unanimidad; que el objetivo es evitar que los problemas de un país contagien a los demás… El Presupuesto de la UE se discute entre todos, y debe estar en equilibrio. Una ayuda que esté incluida en el Presupuesto es como la actuación de los enfermeros en el hospital, en el ejemplo que he puesto antes: ya no es la buena voluntad del acompañante sino una institución oficial la que se hace cargo de la necesidad.   

Por tanto, las transferencias, como las que contempla el Plan de Reconstrucción, deben ser aprobadas por todos, limitadas en el tiempo, para usos debidamente especificados y con condiciones preestablecidas.

¿Por qué las condiciones? Por la misma razón que hay personas a las que no les gusta dar limosna a quien se la pide en la calle, porque no saben si la usarán para atender a sus necesidades urgentes o para un capricho. Y así se evita el llamado riesgo moral, la posibilidad de que los beneficiarios se acostumbren a “vivir del cuento”. Por eso una parte importante del Plan de Reconstrucción consistirá en préstamos que se tienen que devolver, aunque sea a largo plazo: no son un regalo.

Dos maneras de ver la Unión

Todo esto no es sino una reflexión muy parcial y limitada de lo que van a tener que discutir nuestros políticos en los próximos meses. A mí me llevan a tres conclusiones. Una: ahora algunos necesitan una ayuda rápida, y muchos necesitan ayudas a largo plazo. Hemos de separarlas, porque necesitan tratamientos diferentes.

Dos: no podemos hablar de europeos buenos, que están dispuestos a ayudarnos, y otros malos, sino de dos maneras de entender qué es la UE, ambas con argumentos sólidos en su favor, pero que tendrán que aprender a entender los de sus contrarios.

Y tres: Europa tendrá que evolucionar –lleva años haciéndolo-, pero el modelo final dependerá de qué queramos que sea: una federación de países con un gobierno central fuerte, o una confederación que mantenga una notable autonomía para sus socios. Los pasos recientes apuntan al primer modelo, pero es difícil que sea aceptado por todos. También hay quien piensa que la burocracia de Bruselas nos está ahogando.

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